Luis Britto García
Ahora lo saben hasta los niños de escuela: Einstein dijo que el espacio y el tiempo son un continuo; Milne demostró que el desplazamiento en el espacio altera el transcurrir del tiempo; Ramacharaka predijo y demostró que alcanzada la velocidad absoluta —luz— la masa se hace infinita y el tiempo no sólo se retarda sino que además se detiene y revierte y zum el viaje al pasado, hurra, la máquina del tiempo, hurra, se puede visitar a Mozart, hurra, mirar pintar a Van Aken, hurra, decirle a Voltaire no se deje meter en la Bastilla, cosas de esas, hurra. Cómo no iba a interesarle la cosa a los militares, la guerra consiste en efectos y en causas, dijeron, controlando las causas se controlan los efectos. No matar a los soldados hoy, matar ayer a los niños que ellos fueron; no asesinar a los sabios hoy tronchar ayer a los colegiales que fueron. Luego: fulminar Tréveris porque allí nacerá Carlos Marx en 1818 y, del lado opuesto, liquidar Hoboken en 1940 porque allí nacerán los posibles destructores de Tréveris. Cada hecho de la historia, fasto o nefasto, atacado o protegido en una universal batalla, la guerra en el pasado, el tiempo universalmente demolido y restaurado, al final, debilitado y desplomándose, todas las causas de las cosas desapareciendo. Por ejemplo, Haendel —una bomba de deuterio en Halle, en 1685— desapareciendo Atenas, Ekhnatón, Epur si muove (y sin embargo se mueve). Caminante si vas a Esparta di que aquí morimos. Desapareciendo Homero, después Herschel, después Alejandro, Heródoto, Sófocles. El espanto de esta nueva guerra puede ser conjurado. No más terrible —los instructores te explican— fulminar el pasado para destruir el presente, que fulminar el presente para ahogar el futuro. No más terrible reducir a pavesas Vinci e impedir que nazca Leonardo, que aplastar Hiroshima y abismar en la nada mil futuros Leonardos. No más terrible quitar al pasado con las guerras nuestras, que sufrir lo que el pasado nos quitó con las guerras suyas. No más terrible desatar hoy mil megatones, que viajar al Cuaternario y exterminar al primer Neanderthal porque de él descenderán tus enemigos, y comprender repentinamente —esto sí es más terrible— que de él descenderá también tu pueblo, y que la humanidad, tus abuelos, la sonrisa de tu madre, tu propio nacimiento, no sólo ya no son, sino que además, ay, ya no serán, ni jamás han sido.