Ariel Vercelli
Hace unas semanas, compré bitcoins. Para ser más precisos, compré satoshis, que es la unidad de medida mínima del bitcoin. Con cinco dólares, conseguí 9.000 satoshis, que equivalían en ese entonces a 0,0009 bitcoins. Fue un trámite bastante simple que hice en 15 minutos desde mi computadora. El satoshi le debe su nombre a Satoshi Nakamoto, el presunto creador del protocolo Bitcoin (no se conoce su identidad real). El tal Nakamoto lanzó la propuesta en 2009 y la comunidad virtual la fue puliendo de forma colaborativa hasta que, de a poco, empezó a funcionar. Se emitieron algunos bitcoins, se hicieron algunas transacciones y 10 años más tarde, la cosa explotó. Ahora, esa idea es una realidad. El 16 de marzo de 2020, cada bitcoin valía 4.944 dólares. Un año después, el 13 de marzo de 2021, superó los 60.500. Para entender qué es el bitcoin, hay que entender la tecnología blockchain. Es una forma de transmitir información de manera virtual que se basa en una cadena de bloques. Ningún bloque puede ser abierto o modificado sin tener la llave de los bloques anteriores y posteriores. Es un sistema muy seguro y rápido para hacer transacciones por su naturaleza descentralizada. Para que un bitcoin pueda ser enviado vía blockchain, intervienen muchos otros miembros del ecosistema. El ecosistema está formado por computadoras que se dedican a hacer posibles esas transacciones (lo que se llama minería). No son simples computadoras de escritorio, son grandes cantidades de procesadores funcionando juntos, gastando enormes cantidades de energía para resolver a toda velocidad cálculos matemáticos y compitiendo contra otras súper computadoras. Por cada bitcoin que se quiere transferir de un punto a otro, las máquinas entran en juego y la primera que decodifica el problema haciendo posible la transacción somete el resultado a la revisión del resto de la comunidad. Si el 50% de la comunidad da el visto bueno, se transfiere un bitcoin de una billetera virtual a otra en forma de token (una larga serie de caracteres alfanuméricos) y esa mega computadora se gana algunos bitcoins de premio. En febrero de este año, el premio por cada bitcoin “minado” era de 6,25 bitcoins (294.000 dólares). Pero para ganar esas competencias matemáticas, hace falta gastar energía, carísima para el bolsillo y también para el medioambiente. Lo que gastan estas “granjas” haciendo minería de bitcoins (algunas son enormes galpones clandestinos), consume más energía que toda la Argentina.