David Bueno
Las conductas de los adolescentes suelen ser más arriesgadas que las de los adultos. A nivel neural, en la toma de decisiones participan cuatro factores: mecanismos de autocontrol cognitivo; la representación mental de lo que uno puede conseguir o perder; el aprendizaje, que permite predecir errores en las decisiones, y aspectos emocionales, que a menudo dependen del entorno. Todos estos factores dependen de la actividad de áreas concretas del cerebro, que han sido identificadas con técnicas de neuroimagen. Examinémoslos de manera separada a partir de un artículo publicado en la revista científica “Nature neuroscience”.
Se ha visto que los sistemas de autocontrol cognitivo, que evitan las respuestas impulsivas, van madurando progresivamente con la edad, y que no alcanzan la madurez hasta la edad adulta. También se ha visto que los adolescentes tienden a tomar decisiones que implican una recompensa inmediata, a pesar de que su valor sea inferior al de una recompensa posterior, pues no siempre consideran las posibles consecuencias negativas a largo plazo. Los adultos, en cambio, son más capaces de retrasar la recompensa si el valor estimado es suficiente y pueden considerar mejor las posibles consecuencias. Esto se debe a que las redes neurales que nos capacitan para retrasar las recompensas maduran progresivamente entre los 11 y los 31 años. Por lo que respecta al aprendizaje, está relacionado con el sistema neuronal dopaminérgico, implicado también en la búsqueda de recompensas. Presenta una actividad muy superior en los adolescentes, lo que favorece que sus decisiones acostumbren a buscar recompensas inmediatas sin valorar demasiado la experiencia aprendida de los “errores” anteriores. Por último, también se ha visto que los adolescentes muestran una clara reducción en la capacidad mental para resistir los condicionantes emocionales, por ejemplo, en respuesta a expresiones faciales de aprobación o reprobación. En resumen, desde el punto de vista del desarrollo y funcionamiento neural, es lógico que los adolescentes tomen decisiones más arriesgadas, especialmente en contextos emocionales. Es tarea de los adultos velar por que los riesgos que asuman no sean excesivos, por ejemplo, favoreciendo su estabilidad emocional, dado que las consecuencias de determinadas acciones pueden lastrar toda una vida e influir en toda la sociedad. Sin embargo, no debe mutilarse su capacidad de decisión: estas primeras decisiones son las que nos capacitan, después como adultos, para poder ejercer con prudencia y al mismo tiempo con audacia nuestro derecho a decidir, individual y colectivo.