Por Ana Hernández
Comer; rezar y amar es el mejor título que encontré robado de una obra literaria, pieza que invita a buscar nuestra propia espiritualidad.
Desde pequeña en una escuela laica donde nos mezclábamos cristianos, evangélicos, judíos y ateos aprendí lo común de la mayoría de las religiones. Un niño en el aula preguntó qué es ser ateo. La profesora dijo: hay ateos que son muy buenos cristianos y también al revés. Desde entonces transitamos la deconstrucción y las etiquetas. Más tarde en Historia conocimos las religiones monoteístas y politeístas.
Es una novela donde su protagonista busca realmente lo que desea hacer, lo que cree la hará feliz. Pero sobre todo muestra cómo la sociedad occidental se ha dedicado a vivir para el trabajo, el consumismo y las apariencias.
Las celebraciones y festividades populares tienen todo sobre mandatos sostenidos a través de distintas tradiciones en la esfera pública y privada. Sin embargo, ocupan el lugar necesario para la conformación del sentido de la vida misma. La fe y las creencias son tan necesarias como el cero. El cero es la nada, el vacío tan necesario representado en un número. Sin él ocupando ese lugar llega el vacío y con el vacío la angustia.
Para los cristianos la cruz tiene un significado muy valioso, ya que, simboliza tanto el sufrimiento, pasión y sacrificio de Jesucristo por la humanidad como, la salvación, reconciliación y unión. La cruz es el principal símbolo de la fe católica. El Viernes Santo se presenta la Cruz para recordar y agradecer el sacrificio que hizo Jesucristo para limpiar los pecados del mundo.
El pan y el vino simbolizan la vida eterna, el cuerpo y sangre de Jesucristo que fue ofrecido a sus discípulos en la última Cena. También simbolizan la unión de los fieles con su fe cristiana. El pan representa el cuerpo de Jesucristo entregado a su pueblo, quien lo coma tendrá la vida eterna. El vino simboliza la sangre que derramó Jesucristo por su pueblo, a quien beba de su sangre le serán perdonados sus pecados.
El Jueves Santo se realiza la misa Vespertina de la Cena del Señor, en cuya eucaristía se hace mención del simbolismo del pan y el vino como el cuerpo y sangre que Jesucristo ofreció a la humanidad.
Este fin de semana se celebra la Pascua, la fiesta más importante del calendario cristiano. La palabra proviene del término Pésaj, del hebreo antiguo, y significa “paso” o “transformación”. La Pascua conmemora la muerte y resurrección de Jesús, el hijo de Dios, un hecho que representa el eje central del cristianismo y hasta desde donde se enumera incluso el tiempo. Por ejemplo, cuando decimos antes de Cristo o después de Cristo. Algo así como lo que representa el cero.
La Pascua judía
En la antigüedad, la Pascua era una fiesta de pastores en la que se sacrificaba un cordero como ofrenda para pedir fecundidad. Celebraban el paso del invierno, y lo hacían luego de la primera Luna llena de la primavera en el hemisferio norte. Luego pasó a ser una celebración de la liberación del pueblo judío de la esclavitud de Egipto. Y en la actualidad, los judíos conmemoran la Pascua (Pésaj) como una de sus principales fiestas en la que recuerdan el paso que dio el pueblo hebreo junto con Moisés a través del Mar Rojo. Se celebra una cena familiar llamada Séder (orden en español) repleta de simbolismos además de rezos.
La celebración hace referencia a la cultura, pero compuesta por la religión, las costumbres que hacen a la comida, la música, el sacrificio, el rezo y la penitencia. Más allá de la religiosidad; son las expresiones de cómo nos leemos y concebimos. De ninguna manera haremos en esta nota una apología de las religiones y nada en el nombre de Dios. Porque sería negar que en el nombre de Dios también se hacen las guerras y se gastan millones para asesinar personas.
La Pascua es siempre un motivo para la fe, el encuentro, la celebración entre seres humanos que deberían brindar y pedir principalmente por la humanidad que todavía habita en sus corazones: Más humanidad por favor.