Hojas Sueltas ¿Enseñar o educar?

Por David Bueno

¿Tenemos suficientemente en cuenta el cerebro cuando educamos? La respuesta depende de lo que entendamos por educación o por enseñanza. Y es en esa dicotomía parcial donde quiero centrarme. Según el diccionario, enseñar es “comunicar a alguien una ciencia, un arte, conocimientos, una habilidad, etc., dándole lecciones, explicaciones, haciendo demostraciones o haciéndole realizar ejercicios prácticos; instruir a alguien”.
En cambio, educar es “ayudar a alguien a desarrollar sus facultades físicas, morales e intelectuales; transmitir conocimientos, actitudes, valores o formas de cultura; desarrollar y perfeccionar una capacidad o una calidad”. Más allá de las palabras educar o enseñar, si lo que se pretende es comunicar conocimientos dando lecciones, explicaciones, demostraciones, etcétera, me atrevería a decir que el sistema educativo actual sigue más o menos los datos neurocientíficos de que disponemos sobre el proceso de aprendizaje.
Ahora bien, si lo que pretendemos es ayudar al desarrollo de las personas para que perfeccionen sus cualidades, entonces el sistema educativo actual necesita fijarse mucho más en los conocimientos que aporta la neurociencia educativa, para incorporar e integrar en el día a día de las aulas, de los profesionales de la educación y de los alumnos, cuestiones tan importantes como la confianza, la estimulación de la curiosidad y la capacidad crítica razonada, el trabajo de las funciones ejecutivas que permiten profundizar en el empoderamiento y la proactividad individuales y de grupo, entre otras cosas. Es la distinción entre las definiciones de enseñar y educar. Pienso que estamos en el buen camino, pero sin duda hay que profundizarlo y consolidarlo.
Pero la decisión sobre cómo educar no la dan ni la pueden dar la pedagogía y la neurociencia. Existen estrategias pedagógicas de todo tipo, desde las más rancias, que basaban el aprendizaje en el miedo y la memorización acrítica de contenidos descontextualizados, hasta las más modernas, que ponen la capacidad proactiva y socioemocional de los alumnos en el centro del proceso. También los conocimientos en neurociencia nos indican que el cerebro se adapta a cualquier sistema educativo, pero las consecuencias para la construcción integral de las personas y para la generación de sociedades justas son muy distintas. La decisión debe nacer de un pacto social, y debemos mostrarnos convencidos. Si queremos educar a personas críticas, empoderadas, socialmente comprometidas, proactivas, etcétera, es necesario profundizar más en los conocimientos que la neurociencia aporta a la educación, integrarlos en nuestro día a día y utilizarlos con convencimiento.