Nicolás Pierini (*)
El 28 de junio pasado se cumplieron 108 años de un hecho que, si bien podría parecer como “aislado” dentro de la historia mundial contemporánea, tuvo repercusiones inimaginadas hasta el día de hoy: el asesinato, en Sarajevo, del Archiduque Francisco Fernando de Austria en manos de la organización nacionalista Mano Negra.
Hasta ese momento, Europa transitaba el período conocido como la “Paz Armada”, donde el sistema internacional garantizaba su seguridad apoyándose en tres pilares básicos como lo fueron el sistema de Alianzas y Contra-alianzas militares imperiales, la Diplomacia secreta entre los Estados y el rearme de las potencias como único medio de asegurar la paz. El magnicidio generó un efecto dominó que activó todos los mecanismos mencionados, desencadenando la Primera Guerra Mundial.
Se han escrito infinidades de páginas sobre los ganadores y perdedores de este conflicto, y más aún, acerca de las repercusiones que trajo la derrota alemana, declarada culpable y condenada a pagar los costes de la Guerra a partir del Tratado de Versalles, configurando la génesis del nacionalismo alemán y, consigo, el germen de la Segunda Guerra Mundial.
Focos de conflictos
La importancia de recordar este hecho histórico tiene vigencia en estos días donde Suecia y Finlandia, motorizados por la administración Biden, aceptarán la invitación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para adherirse al pacto.
La OTAN, una alianza intergubernamental surgida en el contexto de la Guerra fría con el objetivo de hacer un frente militar común al posible avance de la URSS, establece en su Artículo 5° que el un ataque a un miembro será considerado como un ataque a todas las naciones de la Organización, permitiendo que los recursos de toda la Alianza puedan ser usados para combatir ese foco de conflicto.
Esto podría parecer algo totalmente normal en contextos de paz duradera y estabilidad internacional. Pero teniendo en cuenta que Rusia ha manifestado en reiteradas ocasiones que no permitirá que nuevos países limítrofes al suyo ingresen al Tratado, y que la principal razón de su conflicto con Ucrania radica en que éste último tuvo intenciones de unirse al Bloque. Empiezan a rondar aquellos fantasmas de las postrimerías de la Paz Armada del Siglo XX.
Además, en este contexto, no podemos dejar de mencionar a China, cuyo rol será clave en el devenir futuro de la estabilidad mundial. Si bien el gigante asiático ha manifestado públicamente que debe defenderse la integridad territorial ucraniana, se opuso a las sanciones económicas impuestas al Kremlin y evitó expresar como “invasión” al avance ruso sobre territorio ucraniano, dejando entrever la ventajosa situación geopolítica que obtiene en su disputa con los Estados Unidos para ser la principal potencia hegemónica, pero sin descuidar el complejo entramado de relaciones comerciales que sostiene con el País del Norte.
Pero como Rusia ha sentado su posición con respecto al avance de la OTAN, China ha hecho lo propio dejando en claro que no permitirá el avance occidental en su zona de influencia, principalmente en el Mar de China.
Escenario multipolar
Con este panorama en ciernes, puede verse un futuro poco alentador si tenemos en cuenta la visita de Biden a Corea del Sur en el mes de mayo, donde acordaron profundizar los vínculos militares y los ejercicios conjuntos con Seúl para evitar cualquier amenaza del régimen norcoreano.
El avance de Rusia sobre Ucrania, la intervención de los Estados Unidos por vías soft para aislar económica y financieramente a Moscú, sumado a sus esfuerzos por obtener nuevos miembros en la OTAN y el posicionamiento de China llamando a las vías diplomáticas de resolución de controversias, pero sin condenar la invasión, nos demuestran que el escenario de multipolaridad nos acompañará, por lo menos, en este futuro inmediato.
La Historia ya nos demostró hace más de 100 años de qué manera se desencadenan los conflictos globales cuando la letra de los Tratados pesa más que las estrategias sensatas y la búsqueda constante de la paz.
La Historia también nos demostró que los mecanismos de Alianzas y Contra-alianzas militares no terminan por brindar ese ansiado equilibrio que tranquilice las aguas del sistema internacional y permita escenarios fructíferos para el desarrollo integral de los pueblos.
Los tres pilares de la Paz Armada parecen volver a emerger con fuerza.
Sólo resta que la Historia, esta vez, no sea capaz de demostrarnos que existe otro Francisco Fernando y sea demasiado tarde para detener un catastrófico efecto dominó.
(*) Licenciado en Relaciones Internacionales. Prosecretario de la Cámara de Diputados de Entre Ríos. Consultor – Primus.ar