Por: Ignacio Ramonet
Decía Lula el pasado domingo 8 de enero, cuando aún las turbas extremistas de los revoltosos bolsonaristas seguían ocupando y destrozando las tres sedes del poder en Brasilia, que «nunca la izquierda tomó por asalto las sedes del Congreso, del Tribunal Supremo y de la Presidencia», ni siquiera cuando él mismo perdió, en circunstancias discutibles, varias elecciones presidenciales (1989, 1994, 1998), o cuando lo encarcelaron con falsos pretextos para impedir que se presentase a las elecciones de 2018… Con esa declaración, el nuevo presidente de Brasil y líder máximo del Partido de los Trabajadores subrayaba el carácter disciplinado y democrático de las masas izquierdistas y, sobre todo, el sentido de responsabilidad de los líderes de la izquierda que, en sistemas democráticos, nunca llamaron a la legión de sus partidarios a tomar por asalto el poder. En la historia de la izquierda mundial eso no siempre fue así. Basta recordar dos asaltos fundadores llevados a cabo por las masas populares sublevadas durante las dos principales revoluciones de la historia: la toma de la Bastilla (1789) en la revolución francesa, y el asalto al Palacio de invierno (1917) en la revolución rusa. Claro, en ambos casos se trataba de insurrecciones populares contra poderes autocráticos: el del rey Luis XVI en Francia, y el del zar Nicolás II en Rusia. No contra regímenes democráticos. Por consiguiente, Lula tiene razón. Pero otra observación que se podría hacer es que tampoco, nunca, masas de sediciosos de ultraderecha se habían lanzado al asalto insurreccional del poder. Hasta ahora la extrema derecha tomaba el poder mediante golpes de Estado directamente realizados por las fuerzas armadas o por un partido extremista de tipo paramilitar (como los fascistas de Benito Mussolini en Italia en 1922 o los nacional-socialistas de Adolfo Hitler en Alemania en 1933) apoyados por las fuerzas armadas. Lo nuevo -como ocurrió en particular el 6 de enero de 2021 en Washington con el asalto al Capitolio, y el 8 de enero de 2023 en Brasilia con el asalto a las sedes de los Tres Poderes-, es que ahora la nueva ultraderecha es capaz de organizar insurrecciones populares como herramienta golpista para la conquista del poder. O sea, es como si, de pronto, la rebeldía se hubiera vuelto de derechas (1)…¿Qué ha ocurrido para que algo semejante sea posible? Es lo que he tratado de explicar en mi reciente libro «La era del conspiracionismo» (2). Una era en la que las redes sociales ejercen una influencia mental y psicológica como nunca antes la tuvieron la prensa, la radio, el cine o la televisión.