Por Esther Vivas
¿Cuántas mujeres dan a luz cada día y cuántas son violentadas? Muchas, si nos ceñimos a las estadísticas y a los testimonios. Sin embargo, se trata de una violencia profundamente normalizada e incluso aceptada por la sociedad, porque nos han dicho que parir es esto. Visibilizar la violencia obstétrica, denunciarla y poner medidas para erradicarla es imprescindible para acabar con esta violencia física y psicológica que sufren de forma cotidiana tantas mujeres y bebés. La violencia obstétrica consiste en el conjunto de prácticas constitutivas de violencia física, verbal y/o psicológica ejecutadas por el personal sanitario en la atención al embarazo, el parto y el posparto, las cuales dañan la salud de la madre y el recién nacido. Algunos ejemplos son que se induzca el parto sin necesidad, que no se informe a la parturienta de los procedimientos que se le realizan, que no se le permita estar con un acompañante en las visitas de seguimiento del embarazo o en el parto, que se le falte al respeto y no se tenga en cuenta su opinión, que a la hora de parir le sean realizados tactos vaginales sin su permiso, que le suministren fármacos y anestesia sin informarla, que haya estudiantes en el parto sin su consentimiento, que se le haga una episiotomía por rutina, una cesárea innecesaria o que la separen del recién nacido sin motivo. La violencia obstétrica ocurre asimismo en esos partos donde la criatura muere antes de nacer y no se permite a la madre parirla, verla, tomarla en brazos, despedirse de ella, tener acceso a su cuerpo o cuando apenas se reconoce a la madre y a su hija o hijo como tal porque este ha muerto antes del alumbramiento. En dichos casos, la violencia obstétrica está aún más silenciada y normalizada. A menudo se responsabiliza a la madre de ser la detonante de una situación de violencia obstétrica. Se le dice que no empuja, no colabora, se queja demasiado. Con esta estrategia se busca atribuir a la parturienta la responsabilidad sobre lo que ha ocurrido o podría haber ocurrido. Las mujeres no sólo se sienten culpables por haber sufrido violencia obstétrica, sino que muchas veces son juzgadas y culpadas por las decisiones que toman. Cuando una madre rechaza un parto inducido o una cesárea, se la acusa de ser una irresponsable. La violencia obstétrica también es violencia de género.