David Bueno
Según el diccionario, la palabra «radical» tiene dos acepciones principales. La que suele utilizarse más a menudo es: “Que cambia del todo, de arriba abajo, algo, como es ahora, en política, las instituciones establecidas”. Sin embargo, tiene otra que considero muy interesante: «Que afecta a la raíz misma de una cosa, al principio de una cosa». La escuela debe ser radical en cuanto a esta segunda acepción. Debe ser radical a la hora de valorar, favorecer y potenciar el pensamiento crítico. Es el único antídoto válido para hacer frente a los radicalismos dogmatizantes, que cada tanto afloran en todos los ámbitos de la vida, a veces de forma disimulada en propuestas que apelan a las emociones primarias. El pensamiento dogmático y el crítico son dos procesos mentales aparentemente contrapuestos, pero sin embargo ambos surgen de forma natural del funcionamiento del cerebro. Puede parecer que el pensamiento crítico debe aprenderse, pero sin embargo es innato en la especie humana, y se empieza a manifestar desde la niñez. Cuando un niño mira con los ojos abiertos todo lo que hay a su alrededor y las situaciones que se producen, está preconscientemente analizando todo para integrarlo en su cerebro. No es un pensamiento crítico como lo entendemos los adultos, dado que no hay una reflexión consciente, pero sin embargo utilizan de forma innata aspectos analíticos que, poco a poco, van configurando su personalidad y la forma en que se relacionará consigo mismo y con el entorno. El pensamiento crítico y analítico implica descontextualizar los argumentos (el componente crítico) y evaluarlos racionalmente (el componente analítico), en vez de justificar cualquier observación a través de los preconceptos que se tienen. El pensamiento crítico se sustenta en la experiencia y en el control cognitivo que permite evaluar su validez racional, muy especialmente de los argumentos que a priori parecen contraponerse a los preconceptos. De lo contrario, se produce el llamado sesgo cognitivo, que implica que hacemos mucho más caso a los datos que apoyan los preconceptos que ya teníamos que a los que los contradicen. Es en este contexto que la escuela debe potenciar de forma radical, es decir, desde la raíz misma, y como eje transversal básico irrenunciable, la conciencia crítica. Permitir que los alumnos sean no sólo espectadores de sus propios aprendizajes sino favorecer y potenciar que sean también productores y directores de su propia trayectoria vital.