Fracaso

“Hemos fracasado como Justicia”, reconoció el juez de Transición y Garantías de Nogoyá, Gustavo Acosta. Se refería a la desaparición de la familia Gil, hecho tan doloroso como perturbador del que ayer se cumplieron 20 años. Una familia entera desaparecida. Sin rastros ni señales. Fue el domingo 13 de enero de 2002, cuando se vio por última vez a Rubén Gill, quien tenía 56 años; a su mujer Norma Margarita Gallego (26) y sus hijos María Ofelia (12), Osvaldo José (9), Sofía Margarita (6) y Carlos Daniel (3).
La familia vivía en la estancia La Candelaria, de unas 500 hectáreas en Crucecitas Séptima, departamento de Nogoyá. El matrimonio trabajaba ahí de caseros. Lo último que se supo fue que habían emprendido un viaje hasta Viale, donde estuvieron en el velorio de un amigo. Luisa Eva Gill, la hermana de Rubén, fue la que realizó la denuncia policial en la comisaría de Viale al haber pasado tiempo sin noticias. La causa fue caratulada como “averiguación de paradero” y quedó en manos del juez Jorge Sebastián Gallino, de Nogoyá.
Según investigación policial, el 13 de enero se habrían realizado llamadas desde el celular de Rubén al teléfono de una mujer domiciliada en Rosario. Pero nunca se la localizó. Un vecino frente a la estancia, aseguró haber visto a Mencho Gill a caballo el 14 de enero, al día siguiente de la desaparición. Nada se comprobó.
Al principio, la lupa judicial se posó sobre Alfonso Francisco Goette, propietario del campo donde vivían los Gill. Sin embargo, cualquier información que hubiese tenido se perdió la noche del jueves 16 de junio de 2016, cuando Goette murió en un siniestro vial.
Con el tiempo, la noticia dejó de ser noticia. En 2006, el abogado querellante de la familia Gill, Elvio Garzón, denunció que en la desaparición intervinieron algunos policiales que también habrían prestado servicios en la misma zona donde desaparecieron el contador Amado Abib y el arquitecto Mario Zappegno. Tampoco se probó esa hipótesis.
En 2015, la causa pasó a manos del juez Acosta, quien en el último lustro realizó varios procedimientos y tomó numerosas testimoniales. Sin embargo, hasta hoy sigue sin haber novedades, ni justicia.
El mea culpa del magistrado es tan exacto e irrebatible como la necesidad de visualizar las responsabilidades concreta de este fracaso.