¿Cultura o instinto? II

David Bueno

Todo lo que aprendemos, sean conceptos o actitudes o habilidades, va quedando fijado en el cerebro en conexiones neuronales. Se ha visto que cuantas más áreas del cerebro quedan vinculadas a un mismo aprendizaje a través de estas conexiones, mejor lo recordamos y, sobre todo, con mayor eficiencia lo podemos utilizar posteriormente. Y también lo podemos combinar con otros aprendizajes de forma creativa con mayor facilidad. Es decir, el cerebro prioriza los aprendizajes transversales y contextualizados.
Se ha visto que cualquier aprendizaje que tenga contenido emocional, el cerebro lo incorpora con mucha mayor eficiencia. Sin embargo, no todas las emociones son equivalentes. El miedo, por ejemplo, a hacer el ridículo, etcétera, hace que todo lo que se aprende de este modo quede vinculado en el cerebro a las sensaciones incómodas que propicia este estado emocional. Y este hecho tiene consecuencias: el miedo actúa de freno para futuros aprendizajes. Las emociones más útiles para fijar aprendizajes y que mantengan el interés de seguir aprendiendo son la alegría y la sorpresa. La alegría transmite confianza, y aprendemos de quien confiamos. Además, la confianza es clave para afrontar situaciones nuevas inciertas de forma proactiva. La sorpresa, a su vez, que se relaciona con la curiosidad, activa las áreas cerebrales relacionadas con la atención y la motivación, generando sensaciones de recompensa y placer.
Por último, están las llamadas funciones ejecutivas para la construcción de personalidades capaces de gestionar su vida de forma proactiva y transformadora. Las funciones ejecutivas, que dependen de redes neuronales que se encuentran en la llamada corteza prefrontal del cerebro, abarcan un conjunto de capacidades cognitivas como las de planificar, reflexionar, tomar decisiones basadas en estas reflexiones y no sólo en la inmediatez del momento, adecuar el comportamiento para llevar a la práctica las decisiones que tomamos y flexibilizar las respuestas, actitudes y comportamientos para poderlos adaptar a los cambios que se van produciendo.
En resumen, el cerebro prioriza los aprendizajes en el entorno en el que vivimos, pero que contengan una visión de futuro, para poder encarar de forma proactiva las novedades e incertidumbres, así como aquellos aprendizajes que tengan componentes socioemocionales. Además, fija y utiliza con mucha más eficiencia los aprendizajes contextualizados, y lo acaba gestionando todo a través de las funciones ejecutivas, que es necesario potenciar dando a los alumnos (o a nuestros hijos) la oportunidad de que sean sujetos proactivos de sus propios aprendizajes.