Anatomía de una decisión (I)

David Bueno

El cerebro recibe constantemente un alud de informaciones del exterior a través de los órganos de los sentidos. Todas estas informaciones, de naturaleza muy diversa y que reflejan aspectos muy distintos a la realidad, se integran en una zona llamada área de asociación, lo que permite que al final del proceso tengamos una percepción unificada del entorno. Durante más de seis décadas se había creído que, cuanto más óptima sea la codificación neural de todas estas informaciones, es decir, cuanto más eficiente sea la forma en que las redes neuronales implicadas las registren, con mayor probabilidad serán acertadas las decisiones que se tomen. Sin embargo, la bióloga Martina Valente y sus colaboradores de centros de investigación italianos y norteamericanos, realizaron unos experimentos que obligan a cambiar esta hipótesis que relaciona la eficiencia en la codificación de las informaciones con el hecho de tomar buenas decisiones. Según publicaron en la revista Nature Neuroscience, cuando la codificación de las informaciones sensoriales no es óptima es cuando las decisiones que se toman son más acertadas. El motivo se basa en unas redes neuronales que hasta ahora no se habían considerado en este proceso y favorecen la congruencia de la actividad cerebral. Estas redes desempeñan mejor su función cuando las informaciones sensoriales no acaban de coincidir. Dada la dificultad de trabajar con personas, por el sesgo que pueden provocar las experiencias previas, los investigadores utilizaron ratones en su investigación. Los pusieron, uno por uno, en el extremo inferior de un pasillo en forma de T. El ratón tenía que avanzar por el pasillo y, cuando llegaba a la bifurcación, debía decidir si girar a la derecha o a la izquierda. En uno de los dos sitios encontraría comida y en el otro no. ¿Cómo decidir hacia dónde girar? Para ayudarle a tomar la decisión, los científicos colocaron cinco estímulos sensoriales en el pasillo inicial, tres en una de las paredes del pasillo y dos en la otra, y les fueron cambiando a cada experimento para obligar a los ratones a fijarse. Si el ratón giraba hacia la banda correspondiente a los tres estímulos encontraba comida. Si giraba hacia el otro lado no lo encontraba. Por tanto, su cerebro debía computar el número de estímulos de cada lado del corredor y, a partir de esa información sensorial, tomar la mejor decisión que, por supuesto, era encontrar la comida.