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sábado, diciembre 14, 2024

Yo digo… Un problema de identidad y lenguaje

Por Esther Vivas

Hace unas semanas estalló en redes sociales un debate sobre si es o no válido para las mujeres que no tienen hijas o hijos asumirse como madres de sus mascotas, sus plantas o hasta de sus parejas, o si tiene cabida hablar de un libro o un proyecto como algo que se puede dar a la luz. Si maternal es procurar los cuidados que sostienen la vida y la hacen posible, ¿quién es madre y quién es sujeto de ser maternal?
En su libro “Maternidad”, Sheila Heti plantea la pregunta de si quiere o no convertirse en madre, la escritora canadiense asegura que todos necesitamos atenciones maternas. “No tengo por qué inventar una vida nueva para proporcionar a la mía el efecto de calidez que supongo que aportará hacer de madre. Por todas partes hay vidas y obligaciones que piden a gritos una madre. Esa madre podría ser tú”.
¿Cuál es entonces el problema con asumirnos madres de un helecho o decir que parimos un proyecto? En un sentido estricto, ninguno, pues no afecta directamente los derechos de nadie. Pero, aunque no siento necesidad de fiscalizar el uso del verbo materno, pienso que usar para dañar cualquier vínculo de responsabilidad y afecto contribuye a una asociación directa entre ser madre y las labores de cuidados, reforzando la imagen de la maternidad abnegada que muchas estamos luchando por derribar. (Además del problema que implica que un hombre no puede hacerlo, lo cual abre otra serie de importantes consideraciones para la comunidad queer, por ejemplo).

¿Signadas por la carencia?
En “De perritos, amores y bendiciones”, Natalia Flores Garrido señala que el uso de esta metáfora tiene efectos discursivos que nos impiden pensar en la dimensión más política de la maternidad. Pero también hay violencia del otro lado, argumenta: “Si los hijos son el amor más grande, el epítome de la experiencia humana (al menos femenina), lo mejor que puede pasar en la vida de alguien, la fuente de los aprendizajes más significativos y transformadores, entonces es claro que quienes no son mamás son seres en falta, signadas por la carencia”.
Además de falsa, la noción de que ser madre es una experiencia inigualable de amor y sacrificio, una especie de club exclusivo de tetas y desvelos, es violenta porque implica que la vida de las mujeres que han decidido no tener hijos, o que no han podido, quedará trunca por no parir. Por otro lado, que la maternidad atraviesa el cuerpo y la identidad con mucha fuerza es una verdad que necesita adquirir potencia política si queremos reducir la carga que una sociedad maternocéntrica se concentra en las madres, asfixiándolas y vulnerando sus derechos.

Inventarnos más palabras
Visto así, es más fácil entender por qué reproducimos tan a la ligera los falsos antagonismos del debate de hace algunas semanas. Puede que el asunto de fondo tenga que ver con el lenguaje, más que con un afán de jerarquizar los vínculos que cada mujer establece con los seres que la rodean. En ese sentido, la discusión es parecida al lenguaje inclusivo: un intento por comunicarnos de una manera que refleje los cambios sociales constantes y abra espacio a las identidades de todos. “Necesitamos otros nombres y pronombres para los géneros de parentesco de las especies de compañía”, dice la filósofa Donna Haraway, “precisamente como hicimos (y todavía hacemos) para el espectro de los géneros”.
Usar una palabra en lugar de otra nos transforma y transforma el mundo en el que vivimos. La poeta puertorriqueña Mara Pastor, en su bellísimo poema “Apellidos en el cuerpo” hace un recuento de las partes del cuerpo femenino que llevan el apellido de un varón (tubérculos de Montgomery, signo de Chadwick, contracciones de Braxton Hicks).
Quizá la batalla debería pasar por inventarnos más palabras que describan lo que nos pasa, en lugar de intentar meter con calzador todas las experiencias en las que ya tenemos.
¿Y si buscamos una manera de referirnos a las mujeres sin hijos que no esté atravesada por la carencia, un término que no se centre en lo que les falta como si eso definiera sus experiencias? A la pregunta de qué valores “maternales” pueden exaltarse, la escritora Guadalupe Nettel responde: “Para comenzar, el de la madre libre, asegurándonos de que la maternidad se decide con plena conciencia en vez de constituir una imposición”.
Poner a competir nuestras circunstancias para ver quién sufre más o qué vidas son más significativas sólo puede resultar en que todas nos sintamos menospreciadas.

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