Por Gerardo Aranguren
“Si la educación tiene un sentido, es evitar que Auschwitz se repita”, decía más de 50 años atrás el filósofo alemán Theodor Adorno. Cómo transmitir lo que ocurrió en el pasado reciente para generar conciencia y una mirada crítica es uno de los desafíos de las políticas de memoria y toma mayor importancia con el resurgimiento de discursos negacionistas o banalizadores de las nuevas derechas en el país y en todo el mundo. Multitudes se preparan para volver a la calle para construir Memoria, Verdad y Justicia, después de dos años sin marchas por efecto de la pandemia de coronavirus. Dos años en los que esas luchas encontraron la forma de permanecer pese al encierro –con pañuelazos y la campaña “plantar memoria”, por ejemplo–. Tampoco los juicios por crímenes de lesa humanidad se interrumpieron. Y la escuela, el otro pilar en esta labor colectiva de hacer memoria, también se la rebuscó para cumplir ese rol incluso desde la virtualidad.
Espacio clave
De forma remota o en la presencialidad, las aulas son ese espacio clave que enfrenta el desafío de construir memoria para generaciones cada vez más alejadas de la dictadura cívico-militar que comenzó el 24 de marzo de 1976. Enseñar sobre terrorismo de Estado –desde nivel inicial hasta el secundario– forma parte de los contenidos curriculares obligatorios según lo establece la Ley Nacional de Educación desde 2006, a partir de una inclusión que fue peleada y resistida.
La obligatoriedad del abordaje del tema en las escuelas es un paso importante para sostener la memoria en el tiempo. “Podemos decir que se trata de una condición necesaria, pero no suficiente para la transmisión de este pasado”, considera Celeste Adamoli, directora de Educación para los Derechos Humanos, Género y ESI del Ministerio de Educación de la Nación. Y amplía: “Quienes trabajamos por la construcción de una ‘pedagogía de la memoria’ sostenemos que la transmisión del pasado reciente encierra una complejidad mayor a la de otros períodos de la historia. Por un lado, porque se trata de pasados que cruzaron límites respecto de las violaciones a los Derechos Humanos y, por el otro, porque tienen un núcleo específico que se relaciona con lo que pueden movilizar estos temas en términos éticos, afectivos y políticos. Además, porque hay personas que vivieron esa época que pueden dar testimonio sobre heridas que aún continúan abiertas. Y, a su vez, porque si bien los avances son importantes, la sociedad no ha podido resolver algunas de las aristas más difíciles para comprender ese pasado y porque aún hoy vivimos las consecuencias”.
El desafío que se presenta en la transmisión es el de generar un espacio para que las nuevas generaciones puedan hacer ese nexo entre pasado y presente. Cuando eso se logra, el resultado trasciende el ámbito escolar, porque cuando los jóvenes empiezan a hacerse preguntas, el tema llega indefectiblemente a las familias. Es frecuente que a partir de lo que trabajan en la escuela, las nuevas generaciones interroguen a las generaciones pasadas, abriendo conversaciones que hasta entonces no habían tenido con sus padres y abuelos.
Sin negar ni banalizar
La irrupción de discursos negacionistas (no sólo en la Argentina) e incluso su reproducción y validación por parte de representantes del gobierno anterior, puede colarse también en el aula. ¿Cómo se trabaja ante su emergencia? ¿Qué pasa cuando un adolescente cuestiona ante sus pares, por ejemplo, a los 30.000 desaparecidos? La escuela tiene herramientas para enseñar desde la normativa y desde las sentencias jurídicas también. Hay que darle lugar a la escucha de los argumentos que se presentan, para poder desactivarlos cuando aparecen en las aulas, ese es el modo de abordarlos, con los documentos históricos, las sentencias jurídicas y el camino recorrido en los casi 40 años de democracia.
No es lo mismo hablar de negacionismo que de banalización: mientras que el primero niega los crímenes cometidos, el otro tiende a minimizar, justificar y hasta reivindicar la dimensión de los crímenes, justificarlos en su contexto o cuestionar la legitimidad de quienes fueron sus afectados. Aunque en nuestro país sean minoritarios, estos discursos son potencialmente más peligrosos. Porque al no negar los hechos sino disminuir su dimensión, terminan por rehabilitar las ideologías que los perpetraron.
¿Qué recursos entran en juego para contar qué y por qué pasó? Las opciones varían de acuerdo al nivel educativo, pero se pueden abordar a través del arte, la voz de los sobrevivientes, los sitios en los que esas personas permanecieron secuestradas y lo probado judicialmente al respecto.