Por Luis Britto García
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Para entender el presente, interpretar el pasado. Con el “Descubrimiento” de América arranca la Primera Guerra Mundial. Dura casi medio milenio, se pelea en el Caribe y el Atlántico y luego en todos los océanos; la libran las principales potencias de Europa, convertidas en Estados Modernos gracias a las riquezas saqueadas al Nuevo Mundo y al resto del planeta. A principios del siglo XX culmina con Inglaterra, Francia, Holanda y Bélgica convertidas en colosales imperios coloniales. Europa parece dueña indiscutida del orbe.
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Sobre este orden mundial gravitan las aspiraciones de potencias emergentes. En el Nuevo Mundo, Estados Unidos se ha expandido del Atlántico al Pacífico, comprándole enormes dominios a Francia, robándole a México más de la mitad de su territorio, invadiendo Cuba, La Española y Puerto Rico, secesionando Panamá de Colombia para cavar el canal interoceánico e interviniendo en otros países. En Europa dos estados que han llegado tardíamente a la unificación nacional, Italia y Alemania, aspiran a participar en el reparto del mundo. Pero éste está ya repartido, y sus dueños impiden cualquier cambio. El Reino Unido se opone sistemáticamente a cualquier intento de unidad europea que pueda afectar su hegemonía.
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A fines del siglo XIX, la germánica Prusia triunfó de manera aplastante en la guerra Franco-Prusiana, y unificó el conjunto de estados que ahora llamamos Alemania. Era el país más desarrollado técnica, científica y económicamente de la región. A principios del XX, Alemania tiende a consolidar una alianza con Turquía, cuyo Gran Imperio Otomano domina todo lo que hoy llamamos Oriente Medio. La unión del desarrollo alemán con los inmensos recursos naturales y humanos del Imperio Otomano dominaría Europa y controlaría el mundo. Para impedirlo, Inglaterra, Estados Unidos y gran parte de la Europa continental libran la mal llamada Primera Guerra Mundial. Resultado colateral del conflicto es el desplome del vetusto imperio zarista y el surgimiento de la Unión Soviética.
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La derrotada Alemania desarrolla de nuevo aceleradamente sus industrias y reclama lo que considera su espacio vital arrebatándoselo a Polonia, Checoslovaquia y otros países europeos. La apoyan la Italia fascista, la España Falangista. Una vez más se opone Inglaterra, clamando de nuevo por la ayuda de Estados Unidos. El objetivo de Alemania es ahora apoderarse de los incalculables recursos naturales y humanos de la Unión Soviética. De hacerlo, sería dueña del mundo. Inglaterra y Estados Unidos se alían para impedirlo. Pero quien decide la contienda es la propia Unión Soviética, al costo de cerca de 30 millones de vidas. Consecuencia inesperada del conflicto es el surgimiento de la China comunista, hoy primera potencia económica del mundo.
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Desde entonces, la política de Estados Unidos y sus aliados europeos consiste en fortalecer la porción de Alemania que ocupan para oponerla a los soviéticos. Es el principal objetivo de los 45 años del tercer conflicto mundial, la Guerra Fría, que toma fuerza con la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y culmina con la reunificación de Alemania, la disolución de la Unión Soviética y la instauración de un mundo unipolar.
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Premisa inalterable del mundo unipolar es la destrucción de cualquier rival que amenace la declinante hegemonía de Estados Unidos y sus aliados. Alemania deviene otra vez la mayor economía de Europa, y para mantenerse como tal requiere la energía fósil de Rusia, que ha recuperado su estatuto de gran potencia. A tal fin, es indispensable la culminación del gasducto submarino Nord Stream 2, que aportará combustible a Alemania e ingresos a Rusia, cuya economía en parte depende de las exportaciones de hidrocarburos.
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Objetivo primordial de Estados Unidos es impedir la instauración y fortalecimiento de esta alianza mutuamente beneficiosa, que haría inútil la ocupación de Europa con bases militares de la OTAN. Estrategia para ello es reforzar el cerco militar contra Rusia y crear conflictos en sus fronteras. Instrumento de tal política es Ucrania, antigua República de la Unión Soviética, en la cual la tercera parte de los pobladores es de habla y cultura rusa. El gobierno de Volodímir Zelenski anunció sus planes de unirse a la OTAN, en contravención del acuerdo de 1990 entre Mijail Gorbachov y el Secretario de Estado James Baker, e inició una creciente persecución contra la población de lengua y cultura rusa, que pronto se agravó con agresiones, asesinatos y limpieza étnica por parte de fuerzas con ideas e insignias neonazis como el Batallón Azov. Ante estas políticas, las provincias de Crimea, Donetsk y Lugansk declararon su autonomía con respecto al régimen de Kiev.










