Yo digo… Territorios en disputa

Por Néstor Belini

Pacientemente los grupos concentrados de la economía, el círculo rojo, el establishment o como quiera denominarse a los verdaderos dueños del poder en Argentina, han venido tejiendo desde hace tiempo la tela de araña que atrapó e inmovilizó a la incipiente democracia argentina. ¿Se va hacia un callejón sin salida?
El sistema democrático es una de las tantas formas de entender y organizar la convivencia social. No es perfecto -menos aún en la “modalidad” de democracias controladas que se impusieron en América Latina entre principio de los ’80 y principio de los ‘90- pero es perfectible y es el único en el que las mayorías pueden encontrar la posibilidad de concretar el sueño de cada compatriota de tener acceso a trabajo, salud, vivienda y educación.
Planteado muy sintéticamente el objetivo del sistema democrático de gobierno, se observa que en el debate político, peligrosamente, se puso en crisis uno de los consensos básicos que los argentinos y argentinas convinieron considerar un núcleo pétreo de la convivencia social y política nacional: nunca más a la violencia como expresión del diálogo político. Este consenso tuvo hitos fundamentales en la resistencia a los intentos golpistas carapintadas, en el rechazo a las leyes de impunidad de los gobiernos de Raúl Alfonsín y Carlos Menem, en las acciones de H.I.J.O.S, Abuelas y Madres de Plaza de Mayo y en la multitudinaria manifestación contra el 2×1, entre otras resistencias menos visibilizadas pero imprescindibles.
Ni nuevo ni disruptivo
Uno de los pliegues de la paciente telaraña fue el acto de La Libertad Avanza (LLA) en la Legislatura con el objetivo de realizar un homenaje a las víctimas del terrorismo. Nunca antes, en los 40 años de democracia, se había logrado un acto con la carga simbólica del que se realizó en uno de los espacios donde la democracia representativa tiene una de sus expresiones.
El escenario se carga de sentidos y las interpretaciones reduccionistas desplazan los pocos intentos de poner en perspectiva las décadas del ’60 y ’70. La necesidad de un debate sobre las acciones que tomaron grupos armados revolucionarios en aquellas décadas se hace indispensable para salvar a la democracia puesto que su ausencia abona el campo donde se nutren los discursos de odio que tergiversan el debate llevándolo a callejones sin salida. Así se termina reivindicando a la violencia y al terrorismo de Estado como una solución a los problemas argentinos.
Lo nuevo no es nuevo ni disruptivo. El presente encuentra explicaciones en el pasado. Refiere a dos proyectos políticos en pugna para determinar quiénes serán los beneficiados del trabajo social: los empresarios o los trabajadores. O ambos. Las cada vez más explícitas referencias de los candidatos de LLA al proyecto económico-político de la última dictadura cívico-militar y sus formas de implementación son sesgadas. Refiere a “éxitos económicos” que no fueron tales.

A sangre, fuego y decreto
Aquellas referencias escamotean del debate la destrucción planificada del complejo industrial nacional, desmantelamiento que fue perfeccionado en democracia, especialmente en el gobierno de Menem cuando Domingo Cavallo era ministro de Economía. Así, a la desaparición de 30.000 compatriotas -asesinatos que también fueron planificados para imponer un programa económico que de otro modo no hubiese sido posible- se suman los millones que vieron cómo sus vidas y las de sus seres queridos se desvanecían al ritmo de los cantos de sirena del neoliberalismo. Generaciones quedaron excluidas de acceder a un trabajo formal, a sangre y fuego primero, y a golpes de leyes, decretos, sentencias y acuerdos judiciales antipopulares, después.
LLA es un experimento de laboratorio que dio sus frutos. Es un coctel que se alimenta de frustraciones, promesas de un futuro mejor incumplidas en democracia, de construir una vida digna de ser vivida sin la preocupación permanente de no tener la seguridad de poder llevar alimentos a la mesa familiar. También de la tergiversación deliberada de los debates que nos debemos. Aunque quieran disfrazarlo, el debate de fondo es Patria o colonia, libres o dependientes.
Hacen falta oídos nuevos que estén atentos a las preocupaciones de las mayorías, que está compuesta en al menos dos tercios de jóvenes hombres y mujeres que no vivieron la mística ni la épica de los movimientos políticos de masa, como lo fueron el Radicalismo y el Peronismo en sus orígenes, y no se sienten interpelados por las apelaciones a figuras retóricas que hace décadas sí eran convocantes. La famosa “casta” que cuestionan los llamados libertarios no los tiene. La nueva sí, pero no para transitar aquel camino.