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Concepción del Uruguay
martes, junio 25, 2024

Yo digo… Si se pudo, se puede

Por Pedro Peretti (*)

Según el último censo agrario (2018), solo 863 unidades productivas concentran 34.200.000 hectáreas. Es una superficie equivalente a la provincia de Buenos Aires y a dos Tucumán juntas, en las que sumadas viven más de 20.000.000 millones de personas.

Algo más de 800 personas son dueños de la plataforma donde se producen los alimentos para 47 millones de argentinas y argentinos. Impactante, ¿verdad? ¿Es razonable que un bien tan escaso como la tierra, que no se fabrica y de la que dependemos todas las personas, esté en tan poquitas manos? La respuesta parece obvia.

Ahora: ¿qué hacemos? Y ¿cómo lo hacemos? Esto ya merece un debate más profundo y, lo que es peor, ausente.

Para empezar, el campo nacional y popular debe dejar de ignorar este tema vital, e hincarle el diente de una buena vez. La invisibilización del latifundio es el gran triunfo cultural de la derecha oligárquica. Y su modelo productivo, el agro exportador, es el principal obstáculo político, económico y cultural a la industrialización de nuestro país, lo que equivale decir, a construir un país para todos/as. Si bien muchos denunciaron el problema del latifundio, a partir de la década del 70 del siglo pasado se lo dejó de mencionar. Desde entonces, la derecha impuso su agenda de invisibilización y lo disfrazó de productividad “abnegada” y “benéfica”.

El origen de la grieta

El único tiempo histórico en el cual se encaró seriamente este problema desde la acción gubernamental, fue durante la década de 1945 al 55. Entonces, Juan Domingo Perón confiscó parte de la renta agraria para financiar la tardía industrialización del país y mudar inquilinos rurales a propietarios. Ahí nació la grieta.

En 10 años, el peronismo logró transformar 50.000 arrendatarios rurales en propietarios.

En ese proceso de transformación utilizó básicamente tres instrumentos:

1)- Expropió latifundios y pagó, como los de Pereyra Iraola, o los campos de los descendientes del coronel Rauch. No fue un método frecuente, pero cuando tuvo que usarlo, lo usó.

2)- Dictó una serie de medidas que obligaban a los terratenientes a vender sus predios en forma “voluntaria” a sus inquilinos. Esto tuvo gran impacto. Dichas medidas incluían: prohibición de desalojos, congelamiento del precio de los arrendamientos, prioridad de compra al inquilino, otorgamiento de un crédito a 30 años para que éste pudiera comprar y el pago, por parte del Estado, de la mensura y la escritura. Y como si fuera poco, en 1948 sancionó la Ley 13.246 que, entre otras cosas a favor del inquilino, prohibía el subarriendo.

3)- Otro instrumento que utilizó fue la compra de tierras, para luego parcelarlas y entregarlas a sus ocupantes.

La amnesia de la prole

Este es el caso de la Colonia Cañada Rica. En 1945 Perón da la orden al Consejo Agrario Nacional (el CAN, disuelto por la dictadura en 1980) de comprar las tierras de los sucesores de Simón Sánchez y de Paulina Sánchez de Guevara. El CAN fraccionó el latifundio en parcelas de entre 35 y 50 hectáreas, y se las vendió a los adjudicatarios a larguísimo plazo. Pero, además, construyó una casa para cada uno de ellos, y una escuela con pista de baile, cancha de fútbol y parque recreativo, todo realizado en forma admirable.

Después de 42 años de abandono, la escuela sigue erguida como un roble y quienes tuvieron el tino de conservar sus casas -los menos-, las tienen impecables. Pero hoy, todo está rodeado de un mar de soja. Muchos de los actuales dueños, descendientes de aquellos que recibieron la propiedad de manos del Estado, olvidaron cómo llegaron a ser propietarios y claman contra cualquier intervención del Estado.

La reforma agraria de Perón no consideraba sólo a la tierra, tenía una mirada global que incluía: la tierra, el IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio), el tren y las tarifas, la Marina Mercante y los puertos.

El proceso de dividir y parcelar enormes cantidades de hectáreas, para que miles de colonos se transformaran en propietarios de un pedazo de tierra, fue también el origen de la chacra mixta. Si se pudo hacer entonces, se puede volver hacer.

En los tiempos que corren, volver al campo, a la producción de cercanía, con mixtura productiva y generando arraigo, no es una utopía loca: es una necesidad imperiosa si queremos salvar el planeta de la catástrofe. El futuro ya está acá. El modelo de sojización con concentración de tierra y rentas es parte esencial del problema; no es la solución de nada.

(*) Ex director titular de la Federación Agraria Argentina.

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