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jueves, septiembre 26, 2024

Yo digo…. Satisfacción (Última Parte)

Arturo Brooks

A medida que envejecemos pensamos que deberíamos tener muchas cosas que mostrar en nuestras vidas, muchos logros, muchos “trofeos”. Pero en las filosofías orientales, esto es al revés. A medida que envejecemos, no debemos acumular más, sino más bien despojarnos de cosas para encontrarnos a nosotros mismos y, por lo tanto, encontrar la felicidad y la paz.
Es la idea detrás de la primera “Noble Verdad” de Buda: que la vida es sufrimiento, y la causa de este sufrimiento es el anhelo y el apego a las cosas mundanas.
Tomás de Aquino y decía lo mismo. Aunque tengamos en cuenta que ni Santo Tomás ni Buda argumentaron que las recompensas mundanas son inherentemente malas. De hecho, se pueden utilizar para el bien. El dinero es crucial para el funcionamiento de una sociedad y para mantener a tu familia; el poder se puede ejercer para ayudar a otros; el placer torna estimulante la vida. Pero como fines en lugar de medios, el problema es simple: no pueden satisfacer.

Moderar ambiciones
El secreto de la satisfacción no es aumentar nuestros bienes, eso nunca funcionará (o al menos, nunca durará). El secreto es manejar nuestros deseos. Al administrar lo que queremos en lugar de lo que tenemos, nos damos la oportunidad de llevar una vida más satisfactoria. Deberíamos aprender a moderar nuestras ambiciones.
Santo Tomás no se limitó a explicar el enigma de la satisfacción; ofreció una respuesta y la vivió él mismo.
Tomas, el hijo menor del conde Landulf de Aquino, nació alrededor de 1225 en el castillo de su familia en el centro de Italia. Fue enviado para ser educado en el primer monasterio benedictino, en Montecassino. Como hijo menor de una familia noble, se esperaba que algún día se convirtiera en abad del monasterio, un cargo de enorme prestigio social.
Pero Tomás no tenía interés en esta gloria mundana. Alrededor de los 19 años, se unió a la recién creada orden dominicana, un grupo de frailes dedicados a la pobreza y la predicación itinerante. Esa, sintió, era su verdadera vocación. La vida de riqueza y privilegio necesitaba ser socavada para encontrar su identidad.
Tomas siguió el trabajo de un erudito y maestro, produciendo densos tratados filosóficos que todavía son profundamente influyentes en la actualidad. Es conocido como el más grande filósofo de su época. Pero este legado nunca fue su objetivo. Por el contrario, consideraba que su obra no era más que una expresión de su amor a Dios y un deseo de ayudar a sus semejantes.

Más alla del palacio
El Buda descifró el código de satisfacción de una manera sorprendentemente similar. Nació como un príncipe llamado Siddhartha Gautama, alrededor del siglo VI a.C, en la región que ahora se encuentra en la frontera entre Nepal y la India. Después de que su madre muriera pocos días después de su nacimiento, su padre juró proteger al infante príncipe de las miserias de la vida y, por lo tanto, lo mantuvo encerrado dentro del palacio, donde se satisfarían todas sus necesidades y deseos terrenales.
Siddhartha nunca se aventuró más allá de ese palacio hasta los 29 años, cuando, vencido por la curiosidad, le pidió a un cochero que le mostrara el mundo exterior. En su recorrido, se encontró con un anciano, otro hombre atormentado por una enfermedad y un cadáver en descomposición. Estaba afligido por estos espectáculos, que su cochero se vio en la necesidad de decirle que eran inevitables en nuestras vidas mortales. Luego se encontró con un asceta que, a través de la renuncia a los bienes mundanos, no había logrado liberarse de la enfermedad y la muerte, sino más bien liberarse del miedo a ellas.
Siddhartha abandonó su reino poco después y renunció a todos sus posesiones. Sentado bajo el árbol Bodhi, se convirtió en Buda. Pasó el resto de su vida compartiendo su sabiduría con un rebaño en crecimiento que hoy cuenta con más de 500 millones de personas.

Compartir conocimientos es de sabios
Conozco algunas personas que no son Santo Tomás ni Buda. Aun así, han llegado a una conclusión: la satisfacción no radica en alcanzar un alto estatus y aferrarse a él, sino en ayudar a otras personas, incluso compartiendo el conocimiento y la sabiduría que han adquirido. Esa es una de las razones por las que varios han renunciado o rechazado puestos importantes para concentrarme en enseñar. La atención de todos ellos parece estar centrada en lo que quieren compartir con los demás, no en lo que quieren acumular para ellos.

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