Por Arturo Brooks
El triunfo de Javier MIlei es materia de análisis frenético desde hace cuatro días. Hay enfoques y conclusiones para todos los gustos. Cabe pensarlo también en el contexto regional, porque el resultado del balotaje constituye una tremenda paliza a la segunda ola de gobiernos progresistas en América Latina.
La primera oleada comenzó con la victoria en las urnas de Hugo Chávez en Venezuela en 1999 y se siguió con los cambios de gobierno en Bolivia, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, El Salvador, Nicaragua, Paraguay y Honduras. La segunda arrancó en 2018 con triunfos electorales en México, Argentina, Bolivia, Perú, Chile, Colombia y Brasil.
¿En qué se diferencian ambas oleadas?, en que el nuevo progresismo llega al gobierno encabezado por liderazgos administrativos que se han propuesto gestionar de mejor forma en favor de los sectores populares, las vigentes instituciones del Estado o aquellas heredadas de la primera oleada. Por lo tanto, no vienen a crear nuevas. No son liderazgos carismáticos, como en el primer progresismo que fue dirigido por presidentes que fomentaron una relación efervescente, emotiva con sus electores y disruptivas con el viejo orden.
Otra hilada en la pared
Los reveses que ha sufrido el progresismo en estos años muestran que –al menos en esta fase– su expansión se ha topado con una pared más alta. Otro ladrillo en el muro levantado en el margen de la grieta. No se trata sólo de Argentina. Los descalabros son numerosos y relevantes. En Uruguay, en octubre de 2019, el derechista Luis Lacalle, le ganó al candidato del gobernante Frente Amplio, Daniel Martínez. En Paraguay, a pesar de las cuentas alegres de una cierta izquierda, el aspirante colorado Santiago Peña, se impuso a Efraín Alegre, del Partido Liberal, por más de 15 puntos. En Ecuador, la correísta Luisa González acaba de ser derrotada por el empresario Daniel Noboa.
En diciembre de 2022, el presidente de Perú, el maestro rural Pedro Castillo, sufrió un golpe de Estado a menos de 500 días de asumir la jefatura del Ejecutivo. En su lugar se impuso a la vicepresidenta Dina Boluarte, quien se ha mantenido en su puesto a pesar de las multitudinarias y combativas movilizaciones populares en favor de Castillo y contra el estado de excepción. El ex mandatario fue apresado y permanece tras las rejas hasta hoy.
En 2019, en El Salvador, se impuso sobre el gobernante Farabundo Martí, Nayib Bukele. Él mismo se hace llamar el “dictador más cool del mundo”. No obstante sus graves violaciones a los derechos humanos y abuso de poder, tiene un altísimo índice de aprobación. En 2022, Xiomara Castro asumió la presidencia de Honduras. De inmediato su gobierno entró en crisis. Integrantes de su partido nombraron a un presidente del Congreso que no era el acordado con la Presidenta. Castro, sin mayoría simple en el Legislativo, ha enfrentado, además, tanto a fuerzas de derecha como a pueblos indígenas y ambientalistas que exigen poner fin a la minería a cielo abierto. Su margen de maniobra es muy reducido.
Es hora de la autocrítica
Más allá de sus limitaciones ante temas tan sensibles como la cuestión mapuche, el presidente chileno, Gabriel Boric, carga con el apabullante rechazo a una nueva Constitución, que deja vigente el texto heredado de la dictadura de Augusto Pinochet. El repudio fue leído como un voto de castigo a la gestión del mandatario.
En Brasil, Lula ganó la presidencia en octubre de 2022 con 51% de los votos. El ultraderechista Bolsonaro obtuvo 49%. Sin embargo, los partidos de derecha incrementaron su representación en la Cámara Baja. Para garantizar la gobernabilidad, el mandatario ha hecho enormes concesiones al centro. Tampoco la ha tenido fácil Gustavo Petro en Colombia. Su administración ha caminado entre grandes contratiempos. Se ha estancado en medio de pactos políticos tradicionales, escándalos de corrupción y con la derecha en las calles. Perdió la mayoría en el Congreso para hacer reformas a la sanidad, trabajo y seguridad social.
Como si no se hubiera aprendido nada del golpe de Estado de 2019, el pleito fraticida en Bolivia entre el presidente Luis Arce y el líder del MAS, Evo Morales, anuncia una inevitable ruptura dentro de las fuerzas político-sociales que han conducido la transformación en esa nación.
La historia, se sabe, no avanza en línea recta ni por atajos. El triunfo de Milei anuncia turbulencias en América Latina. Va siendo hora de que los dirigentes de la segunda ola hagan autocrítica, en voz alta y de cara a sus pueblos.