David Bueno
Existen una cantidad de falsas creencias sobre el funcionamiento del cerebro que se basan en determinadas afirmaciones que se daban por ciertas en un momento particular y, en consecuencia, nos fueron explicadas de esa manera. Sin embargo, con el avance de la ciencia y la tecnología asociadas a la investigación, esas creencias se revelaron como falsas. Hoy en día, con el desarrollo de la neurociencia, podemos ver realmente cómo está aprendiendo nuestro cerebro en tiempo real y de esta manera, podemos comprobar y certificar científicamente por qué hay cosas que funcionaban y otras que no.
Algunos neuromitos siguen vigentes a pesar de la evidencia científica que los desmiente.
1- Las partes del cerebro funcionan aisladas unas de otras y las habilidades están localizadas en ciertas áreas.
Esta afirmación es errónea, dado que, si bien cada hemisferio del cerebro tiene unas funciones diferentes, esto no significa que cada hemisferio funcione de manera aislada. Trabajan en conjunto para funcionar como una unidad. Por ejemplo, en una sola tarea, el cerebro trabaja con redes neuronales complejas que unen miles o incluso cientos de miles de neuronas y células gliales distribuidas en diferentes partes del cerebro.
2- La mayoría de las personas usan aproximadamente el 10% de su cerebro.
Este ha sido un gran gancho como argumento pseudocientífico para explicar fenómenos que se consideran inexplicables. No hay ningún estudio que identifique definitivamente un porcentaje del cerebro que se está utilizando. Sin embargo, las imágenes cerebrales más actualizadas disponibles muestran redes intrincadas en todo el cerebro en la mayoría de las tareas. Algunas funciones particulares, en un momento también particular, puede ser que activen un área restringida del cerebro, pero eso no significa que la persona no emplee un gran porcentaje del total en todas las actividades que realiza, pero no necesariamente todas al mismo tiempo.
3- Las personas sólo recuerdan el 10% de lo que leen.
Supuestamente, la llamada “pirámide de aprendizaje” mostraría el porcentaje de la información que retenemos según como nos sea presentada. El origen parece ser el “cono de la experiencia” que Edgar Dale publicó en uno de sus libros y en el que proponía una clasificación de “experiencias audiovisuales” yendo desde la más concreta (en la base) a la más abstracta (en la cima). Aunque ni las clasificó según su eficacia y menos aún, les otorgó un porcentaje.
4- Con la edad se pierde capacidad para aprender habilidades y conceptos nuevos.
Hoy en día sabemos que esto no es así, sobre todo a partir del conocimiento de la plasticidad cerebral, es decir, la capacidad de adaptación que tiene el cerebro durante toda la vida. Además la epigenética viene a decir que sí, tenemos una carga genética que determina en gran medida nuestro cerebro, pero que la mente también tiene capacidad de superar las limitaciones a las que somos propensos. Depende de lo que hacemos, cómo lo hacemos o cómo nos relacionamos, podemos llegar a cambiar nuestra epigenética.
5- El ejercicio físico, las artes o el juego son elementos secundarios en la educación debido a su mínima incidencia en el aprendizaje.
Puesto que el movimiento está asociado con nuestro propio proceso de desarrollo cerebral, no deberíamos desaprovechar los beneficios derivados del ejercicio físico. Lo que es bueno para el corazón, es bueno para el cerebro. En un estudio de 2009, en el que participaron 20 estudiantes de edades entre los 9 y los 10 años, se quiso analizar cuál era el efecto de la actividad física en el cerebro y en el proceso de aprendizaje. Los análisis demostraron que el rendimiento de los niños en las pruebas cognitivas era mejor tras la sesión de ejercicio físico, especialmente cuando la complejidad de las tareas era mayor.
Bendita música
Afortunadamente, hay neuromitos que están (casi) superados como el denominado “efecto Mozart”. El nombre fue acuñado por el médico francés Alfredo Tomatis, quien usaba las sonatas de piano de Mozart durante sus terapias con pacientes con depresión. Al parecer las personas mejoraban oyendo esta música. En 1993 se realizaron algunos estudios famosos con alumnos expuestos a la misma música y se comprobó que experimentaban mejoras en el aprendizaje. Pero luego se demostró que no era la música de Mozart lo que aumentaba su desarrollo cerebral sino, simplemente, la música. Cualquier música.
Hoy sabemos que para el desarrollo cognitivo mejor que escuchar música, es hacer música, aunque sea de manera rudimentaria o jugando. Estimular la ejecución de un instrumento, como practicar cualquier forma de arte, entraña profundos beneficios para el cerebro.