Damián Huergo (*)
Los seis escalones que bajaban los prisioneros secuestrados por el Grupo de Tareas de la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) eran el primer tramo del descenso al infierno de la última dictadura cívico-militar en Argentina. Una metáfora literal y real que, a 40 años de inaugurado el período democrático, aún permanece en los pliegues de la memoria de hombres y mujeres que pudieron sobrevivir al horror programado. El sótano era también el último lugar por el que pasaban antes de ser arrojados —muertos o sedados— al Río de la Plata, desde aviones que partían del Aeródromo Militar Campo de Mayo, con el fin de eliminar los cuerpos y las pruebas del delito. Al sótano se entraba por el patio trasero del edificio Casino de Oficiales, donde funcionó el centro clandestino de detención, tortura y exterminio entre 1976 y 1983. En estas instalaciones, a espaldas de la sociedad y de la legalidad, se interrogó a prisioneros por medio de la tortura: picanas eléctricas, submarinos, golpes con palos en las articulaciones, asfixia con bolsas plásticas, vejaciones, violaciones sexuales, amenazas, y otros métodos que exceden la capacidad de las palabras para dar cuenta del terror y el sufrimiento de quienes lo padecieron.
El espejo y la sombra
El predio donde actualmente se encuentra el Museo Sitio de la Memoria ESMA tiene un total de 17 hectáreas. Desde 1924 fue parte de la Armada Argentina, cuando el Concejo Deliberante de Buenos Aires lo cedió por ley. Allí se construyeron 34 edificios, entre los que se destacan la Escuela de Mecánica, la Escuela de Guerra Naval y el Casino de Oficiales. Un espacio para la educación y la formación de ingresantes. Tales funciones continuaron vigentes incluso a partir de 1976, cuando se transformó en uno de los más cruentos campos de concentración, por donde pasaron 5.000 detenidos-desaparecidos.
En 1998, Carlos Menem impulsó un proyecto de ley para demoler el espacio y crear un monumento de unidad nacional, en línea con las leyes de impunidad de 1990, tal como se conoció a los seis decretos que indultaban a los exmiembros de las Juntas de Comandantes condenados: Jorge Rafael Videla, Emilio Massera, Orlando Ramón Agosti, Roberto Viola, y Armando Lambruschini.
Valor universal
El 24 de marzo 2004 Néstor Kirchner ordena el desalojo de la Armada del predio de la ESMA e impulsa la creación del Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos. Un gesto le agrega otra capa a la vida de la ESMA: Kirchner mandó al titular del Ejército que retirara de una de las galerías del Colegio Militar los cuadros de Videla y Reynaldo Bignone, dos de los rostros emblemáticos del terrorismo de Estado. Ese día, como carambola material del hecho simbólico, habilitó la reapertura de los juicios contra los represores que, a la fecha, ya supera las 1.100 condenas por crímenes de lesa humanidad y otras centenas de implicados —militares y civiles— esperando sentencia.Acaba de cumplirse un mes exacto de la denominación del espacio, por parte de la Unesco, como Patrimonio Cultural de la Humanidad. El proceso para su declaración fue iniciado por el Estado argentino a fines de 2015. Dos años después, el centro ingresó en la Lista Tentativa a ser declarados por la Unesco. Para que un lugar sea declarado bien cultural no sólo tiene que ser trascendente para el país que pertenece, sino que tiene que tener un valor universal excepcional.
La provocación
En los días previos al balotaje que la designaría vicepresidenta, Victoria Villarruel —hija de un militar detenido en 1987 por negarse a jurar la Constitución y sobrina de un militar detenido en una causa por crímenes de lesa humanidad cometidos en el centro clandestino de detención El Vesubio—, dijo: “La ESMA son 17 hectáreas que podrían ser disfrutadas por todo el pueblo. Sobre todo, porque en su momento estaban destinadas a ser escuelas, y lo que más necesitamos son escuelas”. Los visitantes al Museo Sitio, las excursiones escolares al predio, sumados a los trabajadores de los diferentes organismos, convierten al enunciado de Villarruel en una falacia. Sus palabras fueron una provocación. Las 17 hectáreas que nombra Villarruel están protegidas por la Unesco con la figura de “zona de amortiguamiento”, que solicita medidas de protección y conservación de todos los edificios y que alienta la ampliación del Museo Sitio, entre otras recomendaciones. Un resguardo en términos de institucionalidad, de mantener este lugar para las funciones para las que fue creado.
(*) Escritor y periodista.