Luis Britto García
En diciembre de 1968, todo el mundo tenía una clara visión de lo que sucedería durante las décadas inmediatas.
1. Marcuse sabía que, gracias a la manipulación de la conciencia, el sistema se haría
absolutamente estable, superaría la crisis económica y lograría equilibrar los conflictos
internacionales.
2. Marshall McLuhan sabía que la Tierra, convertida en aldea global por la magia de la
comunicación electrónica, se uniformaría y nivelaría los nacionalismos y las culturas locales.
3. Alvin Tofflér sabía que los infinitos poderes de la sociedad postindustrial elevarían el nivel de
consumo a través de artículos cada vez más abundantes, más baratos que garantizarían estilos de vida individuales en medio de la productividad masificada.
4. Timothy Leary sabía que, gracias a las drogas expansoras de la conciencia, caerían las
murallas entre la realidad y la fantasía, para dar lugar a una de las más creativas épocas de la
humanidad.
5. Janis Joplin sabía que el delirio órfico de los eventos musicales y la locura danzante permitirían a las masas comuniones cada vez más totales y más intensas, que las redimirían de las prisiones de soledad construidas por la civilización industrial alienada.
6. Gloria Steinem sabía que las mujeres alcanzarían la total igualdad con el varón.
7. Sartre sabía que la repetición de grandes movimientos contestatarios, como el de mayo de
1968, permitirían al hombre ejercer plenamente su libertad, aproximarse a una verdad humana y humanizante.
8. Los ecologistas sabían que una nueva conciencia salvaría a la Tierra de sus predadores.
9. Los latinoamericanos sabíamos que estaba abierta una nueva posibilidad política, social,
cultural y económica para nuestros países.
De la abundancia a la austeridad
Durante las décadas inmediatas, en cambio, hemos presenciado la desestabilización del sistema y el estallido de la peor crisis —a la vez económica, energética, monetaria, política y social— de la historia. A la economía de la abundancia ha sucedido la estrechez de la austeridad.
En vez de la iluminación sicodélica, 10 millones de adeptos participan de la regimentación cuartelaria, cuando no de la beatería suicida predicada por los gurús, los iluminados, los reverendos de los nuevos cultos. En lugar de la utopía antiautoritaria, hemos presenciado el volcamiento de las masas y de parte de la juventud hacia el cinismo, cuando no hacia el neofascismo. El desenfreno orgiástico del pop ha sido sustituido por la ñoñería de la nostalgia, la celebración salvaje del rock por la fatua disco o el reguetón empalagoso; la liberación sexual por la nueva mojigatería; la aventura intelectual por el racismo de los nuevos conservadores. En lugar del triunfo de la juventud, hemos visto su ingreso en una madurez desilusionada.
Los latinoamericanos hemos contemplado una y otra vez la destrucción de gobiernos progresistas y su sustitución por derechas clasistas y oligárquicas, la entrega económica de nuestras patrias en aras de doctrinas neoliberales, el crecimiento de marginalidades no integradas dentro de sociedades en niveles críticos de miseria.
En lugar de la paloma de la paz, planea sobre nosotros la sombra de la guerra.
El carácter de una década
Cuando el ciclo capitalista llega a su auge, se expande el empleo y queda un excedente
económico que distribuir, surgen las culturas del ocio, de la despreocupación, de la esperanza y del festejo. Tenemos entonces Bellas Épocas, Bulliciosos ‘20, Esplendorosos ‘60. La música se ve animada, las costumbres ligeras, la intelectualidad heterodoxa, el consumo derrochador, la moda informal, la actitud optimista, la mujer independiente, la celebración continua. En el fondo de estas épocas pletóricas de vida, una guerra asegura la fluidez del sistema económico, la vitalidad de la industria, la multiplicación de los contratos armamentistas: la de los Boers primero, las dos mundiales después, luego la de Corea y la de Vietnam.
Repentinamente, las posibilidades de inversión se agotan, la demanda decrece, las empresas cierran o disminuyen su actividad, el desempleo aumenta, el mercado te restringe. La música se hace banal, las costumbres conservadoras, la intelectualidad ortodoxa, el consumo moderado, la filosofía pesimista, la mujer dependiente, la plástica retrógrada, la moda formal, la angustia perpetua, y la política autoritaria. Tenemos entonces los sombríos ‘30, los miserables ‘70, los negros ’80.
En las épocas de crisis, el ciudadano, angustiado por las amenazas que se ciernen sobre su pequeño destino, acepta las soluciones autoritarias. Los sistemas imperiales endurecen su política exterior y cuidan de asegurar, mediante regímenes ultraconservadores, sus áreas de influencia. La cultura de élite cae en un verdadero estancamiento. Se pretende detener la historia. A ello se lo llama postmodernidad.