Por Arturo Brooks
La soledad es un sentimiento de angustia que surge de la percepción de que las necesidades sociales de uno no están siendo satisfechas. Durante décadas, la soledad se consideró estrictamente como un problema de salud emocional y mental, estudiada principalmente por psicólogos, filósofos y poetas. Hoy, sin embargo, los investigadores y médicos de todas las especialidades la reconocen como un determinante social de la salud, un factor, como la estabilidad económica o el acceso a una educación de calidad, que influye en gran medida en los resultados generales de la salud física y mental.
En los últimos años, la soledad también se ha descrito como una epidemia y en muchos países se ha elevado a la categoría de crisis de la salud pública, intensificada por las pautas de distanciamiento social durante la pandemia de Covid-19.
Grupos de riesgo
Alrededor del 20% de la población experimenta un nivel de soledad “normal” en algún momento de su vida. El problema aparece cuando la soledad se hace crónica. La neurociencia y los estudios de animales aislados sugieren que, cuando no se la atiende, la soledad desencadena una respuesta inmunitaria en el cuerpo, provocando ciclos de inflamación que pueden causar una variedad de enfermedades, que van desde la depresión y la ansiedad, hasta hipertensión, diabetes, accidentes cerebrovasculares y patologías cardíacas.
El estrés resultante, con cambios de humor e incluso de personalidad, pone a las personas en mayor riesgo de deterioro cognitivo y demencia. La OMS, citando varias investigaciones recientes, considera que la soledad crónica aumenta un 26% el riesgo de muerte prematura, una tasa similar a la del tabaquismo.
Por otra parte, la prevalencia de la soledad varía entre los diferentes segmentos de la población. Los grupos que corren mayor riesgo de experimentar soledad crónica son: las personas que viven en la pobreza, las que padecen deficiencias cognitivas, quienes sufren problemas de movilidad o tienen deficiencias auditivas o de visión. Además, destaca a las personas que se identifican como LGBTQ+ como de mayor riesgo. Los médicos reconocen cada vez más su papel en la primera línea de la batalla contra la soledad. De hecho, para los adultos mayores solitarios, una conversación rápida con su médico es una de las pocas charlas que tendrá quizás en semanas o meses sobre su propia salud y bienestar.
Obstáculos y direcciones futuras
La soledad es compleja y confusa en el sentido de que no existe una terminología uniformemente aceptada que la abarque. Por ejemplo, el aislamiento social, definido como una falta objetiva de contactos sociales, casi siempre se combina con la soledad. Pero estos conceptos son distintos: una persona puede estar contenta sin contacto social, o sola a pesar de los abundantes lazos sociales (si esas conexiones no se perciben como significativas).
Además, mientras que la soledad está relacionada con un mayor riesgo de desarrollar condiciones de salud graves, muchas de esas condiciones también aumentan el riesgo de que una persona experimente soledad. Esto crea un círculo vicioso en la vida de los pacientes y un potencial problema para los investigadores.
La soledad también es difícil de medir, en parte debido a problemas para señalar cuándo comienza y termina
Amplia gama de intervenciones
Debido a que la experiencia de la soledad varía a nivel individual, no existe una intervención universal efectiva. Antes de la pandemia, muchas intervenciones se centraban en el desarrollo de habilidades cognitivas: enseñar a las personas a socializar. Últimamente, los investigadores han visto resultados prometedores asociados con la inscripción de personas solitarias en grupos de ayuda a través de los cuales colaborar con gente que sufre lo mismo. La pandemia obligó a muchas personas mayores a sentirse cómodas con tecnologías como las videollamadas o hasta grupos de Zoom. Esto ha llevado a que muchas personas mayores quieran aprender al menos los rudimentos básicos de la tecnología digital para poder comunicarse, si así lo desean. Se necesita un enfoque holístico que reúna a varias disciplinas y partes interesadas para abordar este problema.
Pero a pesar del reconocimiento del papel fundamental de los factores sociales en el logro de la salud, seguimos poniendo casi todo el dinero de la atención médica (financiado por los contribuyentes) en servicios médicos estrictos.
Existen, para ser justos, en todos los municipios de la Argentina excelentes, talleres de arte, danza, teatro, etc. destinados a personas de la tercera edad. Eso está también muy bien, pero se requiere un tipo de intervención distinta, personalizada y decidida para aliviar la vida de los solitarios crónicos. Y eso no está sucediendo.