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jueves, diciembre 12, 2024

Yo digo… La potencia de los libros (Primera Parte)

Por Juan J. Giani

¿Puede un libro alterar incisivamente los rumbos sólidos de la historia? He ahí una pregunta inquietante que ha alimentado el ahínco de asiduas controversias. Repasemos rápidamente la versión argentina de estos debates. Recalemos para eso en nuestros dos grandes libros, cuyo carácter performativo parece insoslayable. En primer término emerge “Facundo”, producción aguerrida que Domingo Faustino Sarmiento redacta paulatinamente en Santiago de Chile en su condición de opositor hostigado por el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Recodemos que la Generación Intelectual a la que el sanjuanino pertenece (la Romántica del 37) se constituye entre perpleja y enfadada ante la imperturbable supremacía de un dictador que ha ido derrotando todas las formas desplegadas para destronarlo. Ni las propias rencillas del Partido Federal, ni las asonadas militares acaudilladas por el General Lavalle ni los bloqueos colonialistas de Francia e Inglaterra habían podido erosionar la omnímoda vigencia de ese poder que aquellos jóvenes díscolos caratulaban como intolerablemente reaccionario. Así al menos lo evalúa Sarmiento, que está confiado en que los análisis y los mandobles de su obra repercutirán en el ánimo de sus impotentes aliados e incluso de algunos adversarios que podrían mutar de bando. Se trata de un manifiesto combatiente y de inspiración táctica, que incluso permite advertir virtuales destinatarios. Los unitarios, a los que se les endilga su ausencia de sentido práctico para hurgar con la debida profundidad en las causas de la desgracia argentina. A la comunidad internacional para continuar, a la que se le imputa excesiva indulgencia con los supuestos prestigios del tirano. Y a los federales críticos para finalizar, mostrando en cuanto el Restaurador de las Leyes pregona un ideario que falsea en los hechos consolidando la primacía de la provincia de Buenos Aires.
Este último aspecto parece especialmente relevante, pues es justamente Justo José de Urquiza, crecientemente fastidiado con el régimen, quien encabezará la sublevación que pondrá en acto primero militar y luego institucional los pregones de la Generación Romántica contra la continuidad de un gobierno portador de la barbarie. El posterior disgusto de Sarmiento con Urquiza no cambia una conclusión que ya puede esgrimirse: la que permite vincular el momento fundacional de Caseros con las protestas y recomendaciones que pocos años antes ya circulan en este clásico libro.

Arrinconado y perseguido
Pero continuemos con esta breve saga e interroguemos una segunda gran obra, el Martín Fierro de José Hernández. Las ligazones parecen evidentes, empezando por el hecho de que al momento de sentarse a escribir nuestro gauchesco autor se encuentra arrinconado en el exterior, sometido a vindictas y persecuciones. Pero ya no por el supuestamente maléfico señor Rosas sino por el supuestamente civilizado señor Sarmiento, que no le perdona haber acompañado las rebeliones federales encabezadas por Ricardo López Jordán.
Es válido mencionar aquí que hasta esos dramáticos días Hernández no se destacaba ni como literato ni como poeta, sino como un periodista con aspiraciones políticas que no se mostraba para nada conforme con las supuestas bondades de la modernización acicateada por los liberales porteños. Como hombre público ya había expresado sus malestares y propuestas, solo que parecía advertir la carencia de un sujeto social dispuesto a encolumnarse detrás de sus consignas de batalla. Ese sujeto social será el peón rural llamado gaucho, que en el Facundo era visto como un obstáculo retardatario para la civilización, y que aquí se exhibe como una legítima voz excluida que señala cuánto hay de arbitrario y mendaz en esa falsa utopía.
El resultado fue simultáneamente notable e influyente. Notable porque su libro se convierte rápidamente en un formidable éxito editorial en el propio universo gaucho, e influyente porque no sería desatinado ver el posterior triunfo roquista como la parcial aplicación de los reclamos de esa poética inquisitoria.
Puede incluso pensarse el paso del tono beligerante de la “Ida” al ánimo integrador de “La Vuelta” como el trayecto entre una enfática protesta y el estadio en el que ésta se ve luego en parte satisfecha. La potencia de esos libros, lo sabemos, no concluye allí. Pues suscitan con el tiempo un efecto llamativo, en tanto y en cuanto siendo palabras destinadas a torcer el curso de la coyuntura inmediata luego se cristalizan como brújulas ontológicas de la Argentina. La antinomia civilización-barbarie, descripta como fórmula para auscultar y reprobar el dominio de un tirano, devino filosofía de la cultura apta para operar en otros contextos. Y la sextina sentenciosa de un gaucho cantor apabullado por el mitrismo se convirtió en manantial inagotable de una sabiduría esencial de la patria.

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