Luis Britto García
1.
Hay en el mundo 206 países; 44 están regidos por monarquías. Las Naciones Unidas, tan prontas a destruir naciones en nombre de la democracia, toleran que casi la cuarta parte de sus miembros sean gobernados por mandatarios elegidos por nadie. Confesemos que algunos son países casi ficticios, como el Principado de Andorra, el Vaticano o el Principado de Mónaco. Dieciséis están regidos por Isabel I de Inglaterra, de modo que más que países son residuos de un odioso colonialismo; buena parte de los restantes están tiranizados por monarcas musulmanes.
2.
¿Por qué abdica un Rey? Por motivos tan inconfesables, que debe alegar falsedades. Abdicó Carlos IV Borbón porque dejó ocupar España sin resistencia por las tropas de Bonaparte, y éste le ofreció jugosa pensión por inepto. Abdicó Bonaparte, porque los ingleses le dieron inaudita paliza en Waterloo. Abdicó Eduardo VIII, Duque de Windsor, no por el tan cacareado romance con Wally Simpson, sino porque era partidario de los nazis e Inglaterra estaba a punto de entrar en guerra con ellos. Abdicó Juan Carlos y los motivos para ello son tantos y tan vergonzosos, que nos abstenemos de enumerarlos por respeto a la Madre Patria.
3.
De todos modos, alguna vela puede tener un sudaca en el entierro de lo peor de su Historia. Dios no puede haber conferido su poder a los reyes sabiendo que éstos lo usarían en latrocinios y hecatombes. Si el derecho de los reyes se transmitiera por herencia genética, cada generación dividiría ese derecho por la mitad hasta quedar reducido a un dieciseisavo para el tataranieto, y para el chozno, a cero. Fueron excepciones contadísimas los monarcas competentes, como Federico II de Suabia, Carlos V, Felipe II y Pedro el Grande, pero sus descendientes degradaron hacia la imbecilidad. La humanidad no les debe una sola gran obra de arte ni un solo gran descubrimiento. Seres tan horribles no pueden aducir ni siquiera el papel decorativo con el que excusan su papel de parásitos.
4.
Se abdica de aquello que no se tiene. Einstein no puede abdicar de la Teoría de la Relatividad, ni Picasso de su pintura. Los genios no dimiten, porque son lo mismo que su obra. Ni renegando de ella, como Rimbaud o Kafka, se rompe el vínculo entre el creador y lo creado. Sólo nos pertenece lo que hacemos.
5.
Con el mayor gusto les dejaríamos sus palacetes, sus coronas de oro y sus mantos de armiño: lo que inquieta de los monarcas es su consistente uso del poder público para acrecentar su riqueza personal. Son reyes los más grandes terratenientes del planeta. La más voraz es Isabel II de Inglaterra, con 6.600 millones de acres, seguida de lejos por el rey Abdullah de Arabia Saudita, con 553 millones, y el rey Bhumibol de Thailandia, con 126 millones. Doce transnacionales y 36 filiales integran el cartel Anglo-Holandés-Suizo que domina y acapara la producción mundial de alimentos: las controlan el Cartel de Windsor y otras cinco casas reales (Jerónimo Guerra: “La escasez y el desabastecimiento como armas de destrucción masiva”). Los reyes no creen en el derecho divino ni en la alcurnia; los usan como instrumentos para acumular el verdadero poder, el del dinero.
6.
¿Cómo es esta monarquía del billete? Un estudio del Instituto Mundial para la Investigación de la Economía del Desarrollo (Universidad de las Naciones Unidas) demuestra que el 1% de los adultos posee 40% de la propiedad del mundo; y que el 10% más rico de ellos acapara el 85% de ese total mundial. Al mismo tiempo, se descubrió que la mitad de la población adulta del mundo posee apenas 1% de la riqueza global. Leamos el tedioso reporte de Forbes sobre los hombres más adinerados del planeta: como los reyes, no han producido ninguna invención, obra maestra ni cura milagrosa. Al igual que a las majestades, nadie los elige: la mayoría de sus fortunas son heredadas, o robadas al trabajo de otros. Como las altezas, son hereditarios, perpetuos y absolutos: hacen lo que les da la gana; ningún tribunal los condena, no pagan impuestos porque esconden sus fondos en paraísos fiscales; si quiebran, el Estado los reflota con auxilios financieros y si hunden la economía mundial, lo pagan los pobres.
Queda un consuelo que es advertencia también: Nadie nace con corona, ni se la puede llevar a la tumba.