Por David Bueno
La Organización Mundial de la Salud recomienda, siempre que no existan contraindicaciones médicas, que los bebés se alimenten exclusivamente con leche materna hasta los seis meses de edad. Y también recomienda que el amamantamiento se mantenga, combinado con la introducción lenta y progresiva de otros alimentos, al menos hasta los 2 años. Sin embargo, según un informe presentado por esta organización en junio de 2021, sólo el 44% de los niños de hasta seis meses se alimentan exclusivamente de esta forma. De forma paralela, en 2012 las Naciones Unidas reconocieron el derecho de los niños a disfrutar de la naturaleza como parte de un entorno saludable. Sin embargo, un número considerable, especialmente los que viven en entornos muy urbanizados, no tienen esa oportunidad.
Se han publicado numerosos trabajos que exploran las consecuencias de estos hechos sobre la salud. La mayor parte se ha centrado en examinar los déficits nutricionales que se pueden producir y la importancia del contacto con la naturaleza para un adecuado desarrollo físico, mental y cognitivo. Por ejemplo, se sabe que la falta de acceso a espacios naturales durante la infancia puede provocar dificultades de atención y tasas más elevadas de enfermedades físicas y emocionales.
Una microbiota diversa
En este contexto, el microbiólogo e inmunólogo Justin Sonnenburg y sus colaboradores, de las universidades de Stanford y Berkeley en Estados Unidos, y de Abu Dhabi en los Emiratos Árabes, han utilizado una aproximación muy original para ver hasta qué punto el amamantamiento materno y el contacto con la naturaleza influyen en la salud posterior de las personas. Los científicos han comparado la microbiota intestinal de niños y adultos criados en entornos altamente urbanizados con la de personas que viven en un estrecho contacto con la naturaleza y que utilizan la lactancia materna hasta los 3 años (concretamente, en personas de la etnia hadza). Según han publicado en la revista Science, un amamantamiento prolongado y el contacto estrecho con la naturaleza diversifican la microbiota intestinal. Y este hecho, de paso, fortalece la capacidad de respuesta del sistema inmunitario. La etnia hadza vive en grupos de unos 30 individuos seminómadas en el África subsahariana, manteniendo la cacería y la recolección como una fuente importante de alimentación. Tienen la costumbre de amamantar a los hijos hasta los 3 años. Hasta los 2 o 3 años no comienzan a incorporar otros alimentos, básicamente polvo de baobab y carne, que los adultos mastican previamente para facilitar su deglución. Cabe decir que la microbiota intestinal ejerce múltiples funciones en el organismo, desde contribuir a la digestión de los alimentos, a la absorción de los nutrientes y a la producción de algunas vitaminas, hasta modelar el sistema inmunitario e incluso en algunos aspectos, el sistema nervioso.
175 especies desconocidas
Por un lado, los científicos vieron que la diversidad microbiana de los hadzas era casi el doble que la de personas criadas en ciudades. En ella identificaron 745 especies bacterianas distintas, 175 de las cuales eran desconocidas, mientras que la microbiota de una persona urbana ronda las 400 especies. Además, vieron que destacaba mucho la presencia de especies implicadas en la asimilación de la leche materna, como por ejemplo el Bifidobacterium infantis. En comparación, cuando el amamantamiento se abandona hacia los seis meses, disminuye el número de bacterias de esta especie y se incrementan las de otra, llamada Bifidobacterium breve, lo que tiene gran importancia, dado que la presencia de B. infantis se correlaciona con un mejor estado de salud.
Por otro lado, el contacto con los elementos naturales y el hecho de que los adultos hadzas mastiquen la carne que dan a los niños favorece la transmisión de muchas de estas especies bacterianas de progenitores a descendientes, lo que se ha asociado a una disminución de las alergias y procesos inflamatorios.
En este sentido, en las sociedades urbanas existe un porcentaje mucho más elevado de personas que presentan alergias o enfermedades inflamatorias. La conclusión es que el estilo de vida y la alimentación en la infancia condicionan la salud en la edad adulta, no sólo de forma directa sino también a través de la constitución de la microbiota intestinal. Y que, hasta donde sea posible, es necesario potenciar el contacto con la naturaleza y la lactancia materna en los niños. Nada que no se supiera antes, pero conocer nuevos motivos de estas ventajas en la salud física, mental y cognitiva debería servir para promocionar estos hábitos de forma aún más efectiva.