Yo digo… La lapicera de Perón (Primera Parte)

Por Juan José Giani

Los episodios geopolíticos que por estos meses estremecen al mundo reavivan la interrogación filosófica sobre el fenómeno de la guerra. ¿Qué es lo que explica que se reitere en la historia aquello que concita a su vez una unánime condena moral? Conviven allí lo escandaloso con lo irreversible, como si la condición humana estuviese gobernada por una pulsión que simultáneamente la motoriza y tiende a destruirla. Guerras hubo durante el capitalismo y antes de él, y guerras hubo en el Occidente moderno y en culturas ancestrales de variado origen.
Perón, lo sabemos, era un militar muy atraído por la filosofía, y uno bien podría leer toda su Doctrina y su desempeño como Conductor a partir de la interacción entre estas dos disciplinas. En esta dirección, es aleccionador repasar el célebre discurso que pronuncia el 10 de junio de 1944 en la Universidad de la Plata y que se conocerá bajo el título “Significado de la Defensa Nacional desde el punto de vista militar”. El marco no podía ser más angustioso e insinuante, pues había ya sucedido la Primera Gran Guerra y se estaba desarrollando la segunda, ratificando lo que por cierto nunca cesará. El empecinamiento humano por reincidir en la masacre colectiva.

Un fenómeno social inevitable
Perón, que aún no era un personaje central y ya había escrito con estas mismas inquietudes sus “Apuntes de historia militar”, describe en esa conferencia a la guerra como un “fenómeno social inevitable”, en el cual confluyen factores comerciales o diplomáticos que son acabadamente mencionados. Sin embargo, lo más interesante son dos metáforas que utiliza el luego famoso disertante para agudizar su ejercicio de comprensión.
Una antropológica y otra, digamos, operatoria. “Los hombres de barro fuimos amasados”, dice, señalando una impureza congénita de conducta que nos lleva a incurrir en aquello que ocasiona destrucción. Y luego su conocida cita de que las Fuerzas Armadas son apenas la punta de la flecha de una cuerda y un arco que maneja la política; que funciona así como regulación prudencial de la pura pulsión violenta. Esto es, hay un rasgo de imperfección moral que lanza al hombre al conflicto sangriento pero es la organización en comunidad lo que lo contiene y encauza. “Si vis pacem para bellum” es la famosa sentencia romana que recoge en el texto, para indicar desde ese realismo antropológico y geopolítico que rigiendo por tanto un vínculo entre naciones (satisfechas e insatisfechas, así las clasifica) donde las peligrosas tensiones son constitutivas, la mejor forma de conjurarlas no es ni el moralismo abstracto ni el pacifismo ingenuo sino una disuasiva disposición combatiente.
Si en “Apuntes de historia militar” Perón está embebido de la obra de Carl Von Clausewitz para demostrar que la guerra es “una drama espantoso y apasionado” para el cual no es posible un conocimiento científico, en su disertación de 1944 se inspira en Carl Von der Goltz.

La Nación en armas
Un libro escrito en 1883 por el militar prusiano Von der Goltz (“La Nación en armas”) postula lo que Perón ahora reivindica. En el instante de máxima exacerbación de un antagonismo, ningún sector de la vida nacional puede permanecer indiferente ni retacear su colaboración.
Pues bien, y simplificando, lo que en 1944 Perón pensaba como militar prontamente lo aplicará como dirigente político. Dicho de otra manera, un gran hallazgo de Perón fue yuxtaponer la lógica de la guerra con la lógica de la política (“la lucha política, como la militar, es una lucha entre dos voluntades contrapuestas”, es su clásica definición). Impera entonces un conflicto constitutivo, si por conflicto entendemos una energía afirmativa que desborda la capacidad mediadora de la palabra. Donde la gimnasia moderadora de la buena argumentación tropieza, se yergue el impulso inerradicable de la colisión de intereses.
Lo que Perón comienza a diseñar como filosofía política encuentra rotunda ratificación en el movimiento tangible de la historia; pues el peronismo irrumpe para desbaratar el injusto orden preexistente y despierta furibundas réplicas y desprecios. Su revolución social y su plebeyismo cultural ofenden a la Argentina de los privilegios, lo que confirma que en el vértigo transformador de la política prima la dislocación por sobre la concordia.
No es un dato menor que al fundar su movimiento convoca a la UCR a incorporarse y suma a figuras que van desde el comunismo hasta el Partido Conservador. Hay allí una cuota de pragmatismo, pero también una convicción sobre la importancia de encontrar horizontes compartidos para alcanzar el bienestar del pueblo y la grandeza de la nación.