Yo digo… La comida basura y la culpa

Por Esther Vivas

Vivimos obsesionados por comer bien y nunca antes habíamos comido tan mal. Los estantes de los supermercados están repletos de papas fritas, bebidas azucaradas, chocolates, congelados, conservas, productos panificados. Nos venden una gran variedad de comida desnaturalizada, procesada, con aditivos varios que tienen un impacto negativo en nuestra salud. Sin embargo, los mismos que con una mano comercializan dichos productos con la otra nos ofrecen alimentos funcionales, “milagrosos”, para combatir precisamente los efectos perniciosos de este tipo de alimentación “moderna”. Negocio redondo.

Dietas poco saludables
La “dieta occidental” es responsable de muchas de nuestras enfermedades. Cuatro de las 10 primeras causas de mortalidad hoy día son enfermedades crónicas cuya conexión con la dieta está comprobada: cardiopatía coronaria, diabetes, infarto y cáncer. Una “dieta occidental”, con muchos alimentos procesados, mucha carne, mucha grasa y mucha azúcar añadida, que nos enferma y engorda. A principios del siglo XX, un grupo de médicos observó que donde la gente abandonaba su forma tradicional de comer y adoptaba la 2dieta occidental”, pronto aparecían enfermedades como la obesidad, la diabetes, los problemas cardiovasculares y el cáncer, que se bautizaron como “enfermedades occidentales”.
El relator especial de las Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación Olivier de Schutter coincide en el diagnóstico: “Las dietas poco saludables son un riesgo mayor para la salud mundial que el tabaco”. Y añade: “Los Gobiernos han puesto el foco en aumentar la cantidad de calorías disponibles, pero muy a menudo han sido indiferentes acerca de qué tipo de calorías ofrecen, a qué precio, para quién son accesibles y cómo se comercializan”. No en vano, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la obesidad es responsable, en todo el mundo, de 3,4 millones de muertes al año.
Estados Unidos es el máximo exponente de esta deriva: un 75% de los estadounidenses tiene sobrepeso o son obesos; un 25% padece síndrome metabólico, con mayores probabilidades de sufrir enfermedades cardiovasculares o diabetes; y entre un 4% y un 8% de la población adulta tiene diabetes tipo 2. Los datos de la OMS ratifican esta tendencia a escala global: desde 1980, la obesidad se ha más que doblado en todo el mundo. Actualmente, 1.500 millones de adultos tienen sobrepeso, y de estos 550 millones son obesos.

Cada vez peor
La situación no ha hecho sino agudizarse con la crisis. Cada vez más personas con menos ingresos son empujadas a comprar productos baratos y menos nutritivos. Las conductas de los consumidores se han visto afectadas, seleccionando opciones más económicas tanto a la hora de decidir el lugar dónde comprar alimentos y bebidas, como el tipo, calidad y cantidad de productos. Con la crisis, la dieta de quienes menos tienen se deteriora rápidamente. Se compra poco y barato y se come mal. Uno de los productos que más ha aumentado su consumo, por ejemplo, son los dulces envasados (galletitas y panificados… ¡y con el precio del trigo y la harina por las nubes!).
Las personas con obesidad, paradójicamente, son las que menos tienen, y, en consecuencia, peor comen. La posición de clase determina, en buena medida, qué comemos. Y la crisis no hace sino acentuar la diferencia entre comida para ricos y comida para pobres.

Doctor Jekyll y Mister Hyde
Sin embargo, los mismos que promueven una comida basura, de muy baja calidad, con un impacto negativo en nuestra salud, son quienes nos venden “alimentos milagro” para adelgazar, controlar el colesterol, reducir el estreñimiento, fortalecer el sistema inmunitario, mantener la densidad ósea. Al más puro estilo Doctor Jekyll y Mister Hyde es cómo actúan las grandes empresas de la industria alimentaria.
Su modus operandi no falla. Primero, la publicidad. Tanto para vendernos lo uno como lo otro. Aunque entre un producto de una marca top y otro más económico no haya tantas diferencias, más allá del marketing nutricional, consiguen que incluso la gente pague más para consumir lo que ellos ofrecen. Sus inversiones publicitarias no escatiman recursos económicos. Vivimos en un entorno que ha sido bautizado como “obesogénico”, lleno de estímulos que nos animan a comer, a hacer menos ejercicio y sobre todo a consumir. Un entorno gestionado comercialmente. Pero además padecemos la “culpabilización”. Nos sentimos culpables por comer mal, engordar, enfermar. Si engordás, te dicen que no tenés fuerza de voluntad. Tenés que sacrificarte, afirman. Nos venden el paradigma de la perfecta mujer y del perfecto hombre, como si fuera tan fácil caber en un talla 38. En definitiva, la culpa es nuestra. Mientras, esconden las causas estructurales de tanta gordura y enfermedad. Todo un negocio, el de culpabilizar a nuestro estómago.