Luis Britto García
La ocupación de Morgan se convierte en rosario de torturas para arrancar información. Un labrador capturado con dos hijas conduce a los rapiñadores hasta un escondite, pero como está desierto, es colgado de un árbol. Un esclavo a quien los piratas prometen la libertad descubre a numerosos fugitivos y mata a varios para granjearse la confianza de sus liberadores. Un esclavo acusa de rico a un portugués de 60 años: al presunto magnate le rompen los brazos dándole trato de cuerda, lo cuelgan de los dedos gordos de las manos y de los pies de cuatro sogas que tensan con estacas, le ponen una piedra de 200 libras en el vientre y le queman la cara con hojas de palma hasta arrancarle un rescate de 1.000 pesos. A otros cautivos los cuelgan por los genitales, los atraviesan con espadas, les asan los pies en hogueras, los crucifican.
Un esclavo a quien amenazan con la horca declara el refugio del Gobernador de Gibraltar y de las mujeres en la isleta de un río próximo, y la presencia de una nave de 100 toneladas y otros barcos en la desembocadura del cauce. Parten a buscarlos 250 hombres en dos saetas, mientras Morgan sale al mando de 350 infantes a saquear los alrededores y en procura del Gobernador. A los dos días de marcha, descubren que el funcionario se ha retirado a la montaña, donde los espera bien pertrechado. Es la época de lluvias; un diluvio repentino desbarata las filas de los filibusteros.
Tras cinco semanas de pillaje, se agotan el botín y los víveres. Fiel a la tradición, Morgan cobra 5.000 reales de a ocho por no incendiar lo que queda del poblado. También libera a los prisioneros que han pagado rescate, pero no a los esclavos, que son mercancía. A las mujeres bellas, como apunta Exquemelin, «no les exige nada, puesto que tienen con qué pagar sin disminuir sus riquezas» (Exmelin: op. cit. p. 102).
El almirante de las naves de fuego
Morgan regresa a Maracaibo el 23 de abril. Allí lo espera una desagradable sorpresa. Tres fragatas cierran la boca del Lago. Pues la Corona española ha protestado por la toma de Portobelo y de otras plazas, y Su Majestad británica ha negado haberles otorgado patente para ello a los filibusteros. En consecuencia, Su Majestad Católica arma seis naves y las envía al Nuevo Mundo bajo el mando del almirante don Agustín de Bustos. Los dos buques mayores regresan a España desde Cartagena, y queda al mando de los restantes don Alonso del Campo y Espinoza, quien pierde la pequeña fragata «Nuestra Señora del Carmen» en una tempestad; recoge en Santo Domingo noticias del paso de la formidable flota de Morgan y captura un prisionero que le revela el plan de saquear la costa de Caracas. En aguas de ésta encuentran una barca cuyos tripulantes les avisan que los ingleses están en Maracaibo. Y hacia allí se dirige el vicealmirante Alonso del Campo y Espinoza al mando de su flota compuesta por la «Magdalena», dotada de 36 piezas altas y 12 bajas y tripulada por 250 hombres; el «San Luis», fragata de 26 piezas altas y 12 bajas que transporta 200 hombres al mando de don Mateo Alonso Huidobro, y la «Marquesa», con 16 piezas altas y ocho bajas y 150 hombres.
Previendo el retorno de los filibusteros, el vicealmirante dota al castillo de Maracaibo con la artillería recogida del «Nuestra Señora del Carmen» y dos piezas más de su nave; destaca en él un centenar de hombres de su tripulación, reagrupa a los lugareños fugitivos y ancla sus tres fortalezas flotantes en la única salida de esa trampa natural que es el Lago. Morgan le envía parlamentarios pidiendo rescate por no incendiar Maracaibo.
Mientras envían nuevas propuestas para ganar tiempo, los filibusteros aserran la mitad de la obra muerta del buque capturado para hacerlo más inflamable, y lo rellenan de pólvora, azufre y hojas de palma embebidas en alquitrán. Al amanecer envían el brulote contra la «Magdalena». Al chocar contra su presa, ambas embarcaciones se convierten en una sola hoguera. El vicealmirante escapa del incendio en su chalupa. Los piratas abordan otra de las naves españolas, mientras el fuego alcanza también a la tercera, que es arrastrada por la corriente hacia el fuerte. Entusiasmados por la repentina victoria, los aventureros intentan tomarlo; al cabo de un día de combate se retiran, dejando 30 muertos y cargando otros tantos heridos. A pesar de todo, la trampa sigue cerrada: la artillería del baluarte domina la salida hacia el mar; antes que enfrentarla, Morgan vuelve a Maracaibo.
El galés está ahora en mejores condiciones para regatear el tributo por soltar los restantes prisioneros y no quemar la ciudad. Exige 30.000 pesos y 500 vacas; se transa por 20.000 pesos y la misma cantidad de ganado, pues el tiempo trabaja contra los invasores. Oexmelin, el atareado cirujano de los aventureros, pasa días agitados, «pues algunos hombres que han violado a las mujeres esclavas, han contraído enfermedades venéreas y he tenido que hacerles sangrías de ocho onzas, aplicarles lavativas y proporcionarles píldoras ricas en hierro».
La flota de saqueadores intenta por fin la salida. Conscientes del peligro de la empresa, reparten previamente el botín, que sólo en joyas y metales preciosos alcanza a 250.000 reales de a ocho, sin contar los esclavos y otras mercaderías.