Yo digo… Historia del pirata y su médico

Luis Britto García

El corsario y pirata John-Harry-Henry Morgan, tras descartar La Guaira como presa, invade Maracaibo en l669. Para el momento, tiene ya una larga historia como aventurero del mar. Su apellido mismo ha sido llevado por mitológicas sirenas, pues Mor-gen significa nacido del mar. Desde el comienzo sus diversas biografías se entretejen con la leyenda. Todas le hacen nacer hacia 1635 en el país de Gales; a partir de allí, unas sitúan su cuna en Llanrhymney, otras en Perncarn. Algunas fuentes le atribuyen un novelesco origen noble; otras lo suponen prosaicamente secuestrado en Bristol y vendido en Barbados en la terrible condición de engagé (contratado en condiciones cuasi esclavas); otras lo presentan huido para buscar la protección de su tío el coronel Edward Morgan, vicegobernador de Jamaica.



El almirante de los filibusteros
Apenas arribado a la nueva colonia inglesa de Jamaica empiezan sus aventuras. En 1666, aliado con Davis, Le Maire y Mansfeld, asalta Santa Catalina, libera a los confinados en el presidio de la isla, los suma a sus fuerzas y pide ayuda al gobernador de Jamaica, quien se la niega en vista de la situación de paz con España. Ésta celebra con Inglaterra en 1667 el Tratado de Madrid, por el cual cada parte contratante se compromete a no interferir en el comercio de la otra. Pero el sinuoso gobernador recurre al Consejo de la Colonia, una asamblea de los terratenientes de Jamaica, para que otorguen a los filibusteros las patentes que la Corona es tan remisa en conceder. Mansfeld muere; los filibusteros eligen a Henry Morgan como su nuevo almirante, y el comprensivo Modyford no tarda en expedirle una patente hecha a la medida. En 1668 Morgan saquea Puerto Príncipe (el actual Camagüey, Cuba) con una docena de barcos y 700 filibusteros. Poco después asesta el golpe maestro de la toma de Portobelo: conquista los fuertes usando religiosos como rehenes, dirige una orgía que dura dos semanas, se retira con un botín de 260.000 escudos. Los saqueadores lo dilapidan en la Tortuga; Morgan ordena a los capitanes de sus naves una reunión en la isla de la Vaca, al sur de La Española (hoy Haití y República Dominicana), sitio tradicional de reparto de presas y preparación de expediciones.
Una vez allí, el ingenioso galés se apodera de un buque francés de 24 piezas de artillería de hierro y 12 de bronce anclado en el lugar, mediante el original expediente de invitar a los oficiales a un banquete en su nave almirante «Oxford» y hacerlos prisioneros. De inmediato, convoca un consejo que decide dirigirse hacia la isla Savona para acechar veleros separados de la flota española. La imagen del Henry Morgan que preside la celebración consiguiente presenta ya rasgos definidos. Es el primer capitán de los filibusteros que en lugar de una paga doble o triple se atreve a exigir la quinta o la sexta parte del botín, como un Rey. Viste y se comporta para esos tiempos con aires de gran señor, camisa de encajes, traje de seda, sable con puño de plata y un cortejo de oficiales que transmiten sus órdenes y le sostienen el catalejo: lo más lejano del áspero igualitarismo filibustero; lo más remoto del mísero engagé.

Empresario de pompas fúnebres
La celebración que preside el acicalado almirante de los forajidos no transcurre sin incidentes: a la usanza filibustera, los convidados acompañan cada brindis con pistoletazos; una bala da en el pañol de pólvora en la proa y los 350 festejantes saltan por los aires junto con sus cautivos franceses. Sólo se salvan 30 hombres en la cámara de popa, y entre ellos está Henry Morgan. El diligente aventurero acusa de inmediato a sus víctimas francesas de causar la explosión y ordena la pesca de los restos de sus colegas. Contempla el lóbrego rescate Alexander Olivier Exquemelin, el memorioso cirujano de a bordo, quien consigna en su diario que ello se hace «no con la humana intención de enterrarlos, si bien al contrario, con la mezquina de sacar algo de bueno en sus vendas y adornos», ya que «si hallaban algunos con sortijas de oro en los dedos, se los cortaban para sacárselas y los dejaba en aquel estado a merced de la voracidad de los peces».
Consolados de tal manera del macabro incidente, los 600 filibusteros se hacen a la vela en 15 naves comandadas por la capitana de Henry Morgan, dotada de 14 piezas de artillería. Los vientos contrarios les impiden alcanzar la isla de Savona; a fin de avituallarse anclan en la rada de Ocoa. Los españoles advierten su presencia, aniquilan los animales de la zona para impedirles cazar y con un rebaño de vacas los atraen hasta una emboscada que cuesta numerosas bajas a ambos bandos. Morgan se enfurece, desembarca, no encuentra a los agresores, incendia el poblado y leva anclas.