Por Ariel Vercelli
Un sitio web que simula ser un medio de comunicación divulga decenas de “noticias” falsas por día, diseñadas para manipular el resultado de las elecciones en algún país, provocar un clima de división y enfrentamiento o difamar a enemigos políticos de sus patrocinadores. Las fake news viralizan en redes sociales cuyos algoritmos favorecen su diseminación en detrimento de las noticias reales de fuentes confiables, y lucran con la polarización y la violencia política que aquellas incentivan. Clic, caja
Grupos de usuarios unidos por la desinformación, el odio y la “conspiranoia” se organizan en foros digitales anónimos de extrema derecha para amenazar a las víctimas de las campañas sucias, asediar a quienes no comparten sus ideas o provocar actos violentos. Perfiles falsos que se replican infinitamente actúan en las redes para aumentar el alcance de ese tipo de campañas, y la cantidad de clics y el tiempo frente a la pantalla de usuarios reales que todo eso produce ayuda a las plataformas a ganar miles de millones de euros en publicidad, muchas veces engañosa. Clic, caja.
Montañas de datos
Mientras tanto, todo lo que todos hacen a diario en internet produce datos, montañas de datos. La información recopilada por distintas páginas y aplicaciones que vigilan la actividad de los usuarios permite focalizar tanto la publicidad comercial como los contenidos que los mantienen conectados e interactuando cada vez más horas por día con sus celulares y tablets. Clic, caja.
En 2020, Facebook facturó unos 84.200 millones de euros por este tipo de publicidad y Google, 147.000. En ambos casos, más del 80% de sus ganancias salen de ahí. Los datos son verdadero negocio y la verdadera finalidad de cada filtro de Instagram, cada like en Facebook, cada crush en Tinder, cada mensaje en WhatsApp, cada película de Netflix, cada búsqueda en Google, cada inocente formulario que nos piden que rellenemos online y cada cookie que aceptamos.
Al responder a un cuestionario, jugar online, crear un perfil en una aplicación, darle like a un comentario o a una imagen, responder a una encuesta, buscar pareja o relaciones de sexo ocasional, usar un buscador de internet, entrar a un grupo de WhatsApp o pedir un préstamo en una financiera, millones de usuarios en todo el mundo les dan a las bases de datos toneladas de información sobre sí mismos de la que ni siquiera son conscientes. Toda esa información vale oro. Clic, caja.
Años como siglos
El pasado 20 de enero, con 530 votos a favor, 78 en contra y 80 abstenciones, el Parlamento Europeo aprobó su posición sobre la futura ley, que ahora comenzará a ser negociada por los 27 países miembros del Consejo Europeo y las autoridades de la Comisión Europea, un proceso que promete ser tenso, con todo tipo de presiones, y que podría extenderse hasta abril o mayo. De aprobarse esta ley, que empezó a discutirse hace dos años, sería la primera regulación a nivel continental y sentaría un precedente en el mundo.
Sus objetivos declarados son hacer que el espacio digital sea más seguro y privado, eliminar el contenido ilegal, limitar la extracción de datos de los usuarios y la publicidad personalizada, proteger a los menores de edad y dar mayor transparencia a los algoritmos que seleccionan el contenido que cada uno recibe de acuerdo a su perfil. La regulación actual de los servicios digitales está dada por una directiva de comercio electrónico del año 2000.
Aunque hayan pasado poco más de 20 años, en términos digitales fueron siglos: cuando fue dictada, no existían el iPhone, Facebook, Twitter, Instagram, Tinder, Google Maps, WhatsApp, Telegram, Skype, Zoom; Netflix era un servicio de alquiler de DVDs, HBO era un canal de cable y Amazon recién comenzaba a expandir su actividad en la venta de libros y CDs.
La propuesta aprobada parte del principio de que todo lo que es ilegal en el mundo físico debe serlo también en el digital. Los administradores de las redes deberán tomar medidas eficaces para identificar y eliminar contenido ilegal y evitar la circulación de fake news, discursos de odio o fraudes. Los algoritmos deberán ser más transparentes y deberá informarse a los usuarios no su código, protegido por derechos de propiedad intelectual, pero sí cómo funcionan.
Cada una de las reglas en discusión tiene un gran número de implicaciones y detalles complejos que serán negociados en los próximos meses. Del resultado de esa negociación puede salir el mundo digital del futuro y es muy probable que los cambios sean enormes.










