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domingo, diciembre 15, 2024

Yo digo… Filosofía de la derecha (Parte II)

Por Juan José Giani

1.
En su reciente libro “Infocracia” Byung Chul Han nos describe un horizonte distópico en el cual un entramado funesto de pantallas y algoritmos direccionan la conducta inerme de un ciudadano escindido del espacio público. Es una obra cargada de decadentismo civilizatorio y pesimismo antropológico, donde por otra parte esas telarañas simbólicas son caldo de cultivo para la apatía y el individualismo autoritario. Si para Heidegger “no hablamos” sino que “somos hablados”, para el coreano en la democracia actual “no elegimos” sino que un Gran Otro ya eligió por nosotros.
Sin embargo, las filosofías de la determinación han sido erosionadas por dos tipos de refutaciones. Una conceptual y otra histórico-práctica. La primera se define así. ¿Si estuviésemos determinados, como es que emergen las conciencias clarividentes que pueden denunciar esa determinación? El advertir una situación de encadenamiento es el primer paso para huir de ella. Y la segunda nos indica lo siguiente. Una serie de acontecimientos en donde los pueblos se rebelan frente a lo que el poder procurar controlar.

2.
Tomemos sólo dos ejemplos argentinos recientes. Cristina Fernández fue reelecta en 2011 y Alberto Fernández fue ungido Presidente en 2019 cuando una ostensible presión mediática y empresarial aspiraban a algo bien distinto.
Los dispositivos de dominación son agobiantes pero no infalibles, las estructuras de fijación de la personalidad son rígidas pero no estáticas, siempre hay una falla, un resquicio latente por el cual se filtra la opción libre de los sujetos. Sin un margen para la autoconstrucción de la opinión, la política, lisa y llanamente muere.
Ahora bien, esta afirmación conlleva una buena pero también una incómoda noticia. La buena, ya fue dicho, es que hay un arsenal ético de resistencias listo para ser activado cuando el poder reaccionario se vuelve opresivo. La incómoda, es que esa opinión que se construye libremente puede ser antagónica respecto de lo que hubiésemos preferido. Implica estar dispuestos a aceptar que en ocasiones un pueblo puede inclinar sus votos hacia el neoliberalismo y las derechas.
Como ocurrió en 2015 con Mauricio Macri, episodio histórico que no puede entenderse solamente por sus mentiras de campaña o su sólida alianza con el grupo Clarín. Por supuesto que en cualquier caso opera una trama de condicionamientos, pero el resultado político de ellos no es unidireccional ni está prestablecido, depende del talento y la efectividad de las militancias.
En la Argentina las fronteras ideológicas son robustas pero a su vez permeables, porosas. La conciencia popular se integra siempre de matices, y lo que a su turno se cataloga como “derecha” no es una convicción doctrinaria sino una simpatía legítima pero fugaz por aquello que puede asomar como eficaz para resolver un drama en concreto.

3.
Lo que venimos describiendo, por tanto, jerarquiza pero a la vez exige a la política. La exige porque elimina el fácil recurso de ligar el fracaso nacional-popular con las “fake news” o “la colonización capitalista de las subjetividades”.
La Argentina acaba de atravesar un hecho gravísimo. Se atentó contra la vida de la Vicepresidenta de la Nación. La justicia deberá aclarar a fondo lo que ha sucedido y los análisis que pueden elaborarse son incontables, Pero se suman voces que responsabilizan de lo sucedido a los “discursos de odio”. Veamos.
Todas las filosofías políticas de la modernidad parten del supuesto de una utopía final donde prevalece la racionalidad colectiva y la consumación definitiva de un orden virtuoso. La república y el mercado autoregulado, el comunismo científico o la Comunidad Organizada implican una sociedad reconciliada donde rige el unanimismo de la justa verdad alcanzada.
Como va quedando claro, ese supuesto se demostró equivocado. Los sujetos son imperfectos, sus pasiones nunca se apaciguan, hay siempre interpretaciones polémicas del mundo y el conflicto es inescindible de la democracia. Por lo tanto, el encono absoluto (se lo llama también odio) existió siempre y seguirá existiendo; y no se puede explicar por los mensajes seguramente nocivos de un elenco de periodistas. Solo basta recordar que el “Viva El Cáncer” contra Eva Perón ocurrió cuando el aparato comunicacional del país lo controlaba el gobierno peronista.
Por lo tanto, no es que circula un discurso mediático que mecánicamente genera odio, sino que las violencias preexisten a ese discurso y esperan ser representadas por sus referencias más patológicas. La solución es más compleja que una ley que regule contenidos periodísticos o la convocatoria algo cándida al diálogo. Implica aislar políticamente esos pensamientos radicalizados, sabiendo que no toda identidad refractaria al peronismo es necesaria a insalvablemente gorila y reaccionaria.

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