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Concepción del Uruguay
jueves, diciembre 12, 2024

YO DIGO… Entre la crítica y la defensa de las encuestas

Alfredo Serrano (*)

El frenesí no es el mejor aliado para los matices. Vivimos sometidos a un ajetreo cotidiano que nos impone un marco analítico binario, sí o no, blanco o negro, verdad o mentira. La dictadura de las frases cortas y titulares lapidarios prevalece ante cualquier intento de introducir una explicación compleja. Todo se simplifica en pro de la deseada sentencia: culpable o no. Siempre, sin matices y todo en modo excluyente.
En la cosmovisión andina existe un concepto: el chacha-warmi, que aboga por la complementariedad. Lo uno y lo otro. Quiero y no quiero. Culpable y no culpable.
Este marco viene como anillo al dedo a la hora de hablar de las encuestas, sobre todo en tiempos de elecciones. ¿Aciertan o fallan? ¿Sirven o no? Seguramente, las dos cosas a la vez. Aciertan y fallan. Sirven para algunas cosas y no para otras. Y para entenderlo no queda otra que recurrir al mundo de los matices.

Como advierte Bourdieu, una encuesta supone una “situación forzada”, es decir, es poco natural que alguien desconocido te llame por teléfono o te pare en la calle para preguntarte por todo, hasta por tu nivel de ingresos y que te obligue a responder preguntas que nunca te has formulado. Creer que conocés a los entrevistados como si fueran tus amigos es lo mismo que considerar que con una encuesta lo podés descubrir absolutamente todo. Y no.

2.

No se puede concebir una encuesta como si fuera una ciencia social exacta. Y mucho menos si la queremos circunscribir a la tarea de anticipar el resultado electoral. El comportamiento a la hora de votar depende de múltiples factores muy maleables, muchas veces difícilmente mensurables donde intervienen razones, emociones y valores, al igual que en cualquier otro tipo de decisión humana

3.

La ciudadanía no siempre desea transparentar lo que vota. A veces, hay una explicación vergonzante que obedece a muchas razones puntuales para cada coyuntura política. Otras veces, es por el puro deseo de no mostrar las cartas al encuestador, quien es visto como ajeno y sin derecho a saber nada sobre uno mismo.

4.

La mayoría de la ciudadanía está más ocupada de sus asuntos que pensando en qué votar. Esta apatía electoral tiene su correlato en la alta tasa de rechazo que hay detrás de cada encuesta. Este gran porcentaje que prefiere no atender al encuestador sesga la muestra en demasía, y por mucho que se pretenda corregir, se arrastra un defecto de origen que tiene sus consecuencias.

Sentimientos dominantes

Nada de esto debe ser traducido como “las encuestas no sirven”. Ni mucho menos. Fallan y aciertan en función de cuál sea el criterio exigido. Si la encuesta es entendida como un pronosticador sobre intención de voto, entonces, habrá más errores que aciertos. Por el contrario, si se asume que lo más jugoso está en la cantidad de información cualitativa que se puede llegar a organizar para caracterizar a las sociedades, tienen un gran potencial para acertar y ser de enorme utilidad (como un insumo más, y no el único).
Una encuesta, más allá de la intención de voto, nos permite identificar sentidos comunes y grandes consensos; asuntos en los que hay grandes disputas; los malestares predominantes; tendencias en materia de evaluación de la gestión pública y privada; lo sentimientos dominantes en relación a determinadas problemáticas; la valoración sobre determinados actores sociales y dirigentes.

Mea culpa

Si el objetivo de la encuesta va por este camino y no por la vía exclusivamente electoral, entonces, los condicionantes muestrales (que los hay) serán menos determinantes a la hora de leer los resultados. ¿Por qué? Porque la gente es más dada a conversar de sus preocupaciones diarias; es mucho más sincera si le preguntás qué es lo que más la inquieta en su barrio, cómo afronta la subida de precios, si está agobiada con los gastos de la vivienda, etc. Es menos forzado hablar (o encuestar) de lo cotidiano que si tratamos los asuntos propios de una burbuja política y electoral.
Los encuestadores debemos hacer un mea culpa. Pero tampoco exageremos en la sentencia ni en la penitencia. Saquémosle el máximo jugo a las encuestas, mejorando el método, con la sana intención de que sean útiles a la hora estudiar las dinámicas sociales, las subjetividades dominantes, las tensiones políticas y, en definitiva, lo que les preocupa y ocupa a las mayorías.

(*) Dr. en Economía Aplicada. Director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag).

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