Luis Britto García
Casi imposible es la cuantificación exacta del botín que España robó del Nuevo Mundo durante tres siglos. Gran parte de él no fue declarado: la prisión de Cristóbal Colón se debió a la omisión de cuentas correctas de sus viajes. Porción considerable de esas riquezas fue introducida a Europa como contrabando.
Intentemos una aproximación. Ya en el viaje de Colón de 1502, los valores destinados a la Corona fueron estimados en 100.000 castellanos españoles, supuestamente 80.000 pesos en oro, la mayoría de ellos transportados en la Capitana. El economista español Valle de la Cerda calcula que al finalizar el siglo XVI España había sacado del Nuevo Mundo más de 500 millones de pesos en oro y plata (el peso de oro pesaba casi cinco gramos de oro de 24 kilates, y equivalía a 15 o 16 de plata). El historiador Moncada estima que entre 1492 y 1619 entran en España 2.000 millones de pesos en oro y plata americanos “demás de la cual es de creer que habrá entrado otra gran cantidad sin registro”. La plata del Potosí, hasta 1629, suma 1.200 millones de pesos, según el economista español Peñaloza.
Las estimaciones basadas en fuentes primarias completan el cuadro de estos incalculables latrocinios. Clarence Haring reseña que entre 1556 y 1640 la plata extraída del Potosí alcanzó a 256.114.187 pesos, por los cuales la Corona percibió regalías por 54.056.208 pesos. Indica Earl J Hamilton que “entre 1503 y 1660, llegaron al puerto de San Lúcar de Barrameda 185.000 kilos de oro y 16 millones de kilos de plata. Apunta Guillermo Céspedes del Castillo que “entre 1531 y 1660, llegan a Sevilla un mínimo de 155.000 kilogramos de oro americano y 16 millones de kilogramos de plata. Añadiendo el contrabando, es posible que sólo durante el siglo XVI Europa recibiera en total de América hasta 18 millones de kilogramos de plata”.
Son cifras que suscitan el vértigo de los estudiosos, y la codicia de los piratas. La renta real que llega de Indias a la Casa de Contratación de Sevilla, que sólo es de 3 millones de maravedíes al fundarse ésta, asciende a 22 millones en 1505; a 34 millones en 1512; a 46 millones en 1518 y a 119 millones en 1535. Pero sólo alcanza a 13 millones en 1516, y a 2 millones en 1521, años durante los cuales está en plena actividad el enjambre de corsarios franceses que arroja a los mares el conflicto entre Francia y España. Por el riesgo de tormentas y piratas, se limita la cantidad que puede ser transportada en un solo bajel: en tiempos de Fernando, el máximo es de 5.000 pesos de oro; cuando Carlos V, asciende a 10.000 y luego a 18.000; los buques de las flotas no están sujetos a estos límites, y así, en la armada de Pedro de la Gasca cada nave acarrea un promedio de 180.000 pesos (Haring).
Se potencia así la acumulación primitiva sin la cual el capitalismo probablemente no hubiera surgido, o hubiera tardado muchos siglos más en desarrollarse. A pesar de la opinión que critica el estatismo español de la época, las mismas autoridades ibéricas que monopolizan el comercio con las Indias aceptan paralelamente un régimen liberal de intercambio con Europa que les drenará la riqueza conquistada en aquellas. Con el oro corre la expresión de que España era “las Indias de los demás países” (Lynch: “España bajo los Austrias”). Como destaca Noam Chomsky: “Un excesivo liberalismo aparentemente contribuyó al colapso del sistema imperial español. Éste era demasiado abierto, permitiéndole a los ‘mercaderes, a menudo no españoles, operar en las entrañas de su imperio’, y permitiendo que ‘los beneficios salieran de España’” (Chomsky: “1992: La conquista continúa”).
Ferdinand Braudel señala que España jamás tuvo la capacidad de explotar el mercado del Nuevo Mundo, ni en los primeros tiempos de la formación de éste, y ni siquiera movilizando todas sus naves, sus hombres, los vinos y el aceite de Andalucía y los tejidos de sus ciudades textileras. Y añade que “En el siglo XVIII, cuando todo se había incrementado, ninguna nación de Europa hubiera podido hacerlo por sí misma”. Durante la primera mitad del siglo XVI los precios aumentan en España más del 100 por ciento; a finales de siglo, se han cuadruplicado en relación a los de 1501; sólo a partir del corte drástico de las remesas periódicas de metales preciosos a partir de 1630 tienden a estabilizarse.