Por Juan José Giani
El peronismo implicó una revolución social que alteró notablemente la distribución de la riqueza en favor de los más humildes (allí toda estadística es concluyente al comparar) y ligó esa transformación con una organización de clase estructurada en torno a una ideología política (el movimiento obrero organizado). Pero, además, amalgamó dos ingredientes frecuentemente escindidos. Una fase insurreccional de base (el 17 de Octubre) con una estatalidad a la vez dislocatoria de un viejo orden y sólidamente edificatoria de otro nuevo.
Ese arraigamiento mítico no es unívoco sino trinitario, lo que refuerza su potencia interpelativa: el Mito de Juan D. Perón, el Mito de Eva Perón y el Mito del 17 de Octubre. En cada uno de ellos juega la suma de factores.
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Al principio de la restauración democrática, Beatriz Sarlo lanzó una expresión que conviene traer aquí. Fue a propósito del estreno de “Los hijos de Fierro”, película de Pino Solanas de 1974 que procuraba anudar el poema de José Hernández con el retorno de Perón en clave de un nacionalismo de izquierda.
Una operación fastuosamente “gauchipolítica” para vertebrar densamente un linaje insurgente de la patria mancillada. Sarlo, devota de un neoiluminismo progresista, condena: “los mitos impiden pensar”. Hay algo de compulsiva clausura simbólica en ellos, sostiene, de utilización expulsiva de todo acto que conlleva una pluralidad de significados.
Ese gesto reprobatorio es un desacierto, pero coloca en la mira un punto que no puede desdeñarse. El mito puede convencer pero no tal vez narrar, importa menos por su veracidad que por su operatividad cultural, y hay un hiato posible entre interpretación y realidad. Hay una emancipación del suceso originario aunque se remite siempre a él. Rige una ambiguedad de los Mitos, que son a la vez cerrados (pues procuran contener todo lo que explican) y abiertos (pues su interpretación resulta siempre polisémica).
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El peronismo es una cantera inagotable de Mitos, al punto que años atrás un sector tomó el nombre de Héctor J. Cámpora. Cuando todos suponían que se buscaba allí una reivindicación del peronismo combativo de los 70, Andrés Larroque, interrogado por las razones de esa elección, contestó: “Es por la lealtad”. A Cristina, en este caso, frente a los embates de otros peronistas que planeaban erosionar su jefatura. Elasticidad congénita de los Mitos.
Pues bien, en esa misma prosapia se ha ido erigiendo el Mito de Néstor Kirchner. Su trayectoria (entiéndase el cotejo) es similar a la de Eva. Siendo casi un desconocido irrumpió en la escena política y en apenas 7 años desató mutaciones sustanciales, y luego murió súbitamente tras arriesgar una salud que estaba al límite. Y dejó una pareja gobernante en zozobras, sintiendo para siempre su ausencia.
Es sintomático lo que sucede en el Frente de Todos, que como bien se sabe logró conformarse tras la reconciliación de líneas internas antes distanciadas. Pues bien, ese inestable anudamiento precisaba un ensamble simbólico, una vitamina mítica. Que se llama Néstor Kirchner, al que pueden alabar (sin imposturas) Cristina (obvio), Alberto, Sergio Massa, La Cámpora, el Movimiento Evita o la Corriente Nacional de la Militancia.
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Esa plausible argamasa identitaria ha venido mostrando, no obstante, fisuras. Se escucha con cierta reiteración a militantes nostálgicos de un kirchnerismo que nunca ocurrió, y que se empecinan en comparar a un Presidente (tibio) con un Mito (aguerrido). Pues ni tan tan, ni muy muy. El kirchnerismo fue un proceso muy positivo para el país, pero respecto del peronismo de los 40 e incluso de las orientaciones del Pacto Social de Gelbard, sus transformaciones fueron más bien modestas. Y Néstor Kirchner cuando tuvo que bajar el cuadro de Videla lo bajó, pero cuando tuvo que hacer concesiones con el grupo Clarín las hizo.
La ambivalencia de los mitos se ve nítida ahora a propósito del acuerdo alcanzado con el FMI. Compañeros y compañeras que se oponen a ese trato invocan a Néstor que “se sacó de encima al FMI”. Por supuesto, solo que pagándole en sintonía con Lula y luego de haber firmado con ese organismo un acuerdo por tres años. Lo aplaudimos, claro, pero sacando las conclusiones adecuadas. Los mitos vivifican, entusiasman; son una nutriente insoslayable de la condición humana. Pero a veces el tribunal certero de la historia aporta su atendible palabra.