Arturo Brooks
El crítico literario Edward Said acuñó la frase “estilo tardío” para describir las obras finales de un compositor o escritor, cuando el declive del cuerpo no puede evitar afectar el arte, cuando la creatividad se infunde con los golpes, las magulladuras y la sabiduría de una vida.
En años futbolísticos, los 35 convierten a Lionel Messi en un auténtico veterano. Y este Mundial fue su obra final, su versión de los últimos cuartetos de cuerda de Beethoven o de Los estanques de nenúfares de Monet. Y lo que hace que el emocionante triunfo de la Selección Argentina sea algo para saborear por mucho tiempo es cómo esta victoria fue tanto la culminación de su carrera como la encarnación de un estilo tardío, una actuación que tenía el sentido melancólico de un final.
Al comienzo del torneo, los expertos acordaron una historia. Las dos figuras definitorias de esta era, Messi y Cristiano Ronaldo, habían ganado todos los premios importantes del fútbol, excepto este último. Qatar representó su última oportunidad para llenar el vacío, para capturar un trofeo considerado esencial para reclamar ser el mejor futbolista que jamás haya jugado a este deporte.
Ronaldo, de 37 años, falló y se frustró porque no pudo adaptarse a su declive físico. Insistía en jugar como si tuviera 10 años menos. Al actuar como si fuera esencial, se volvió superfluo. Y en su último partido, una derrota flácida ante Marruecos, salió de la banca, contribuyó poco y luego abandonó el campo llorando, sin estrechar la mano de sus oponentes ni reconfortar a sus desconsolados compañeros. Fue una manera patética de retirarse.
Ese es el contrapunto a la victoria de Messi. Sin piernas ni la explosividad de otro tiempo, Messi economizó sus movimientos. En lugar de fingir que era un hombre joven, jugaba como uno mayor. Deambuló a través de las canchas, reservándose para los momentos en que podía afirmarse. Mostró una notable conciencia sobre cómo podría repartir su menguante yo corpóreo, cómo necesitaba tomar decisiones sobre cuándo entregarse por completo.
Durante la mayor parte de su carrera, Messi se ha beneficiado retirándose al mediocampo, sacando a los defensores fuera de posición y creando espacios para que sus compañeros de equipo los aprovechen. Cuando tocó el balón, asustó a los defensores que no estaban seguros de si los gambetearía o si explotaría su precisión de pases para cambiar el ataque o elegir un objetivo que se precipitara hacia el área.
Ese elemento particular de sorpresa ya no existe, porque su velocidad no existe. Sus contribuciones en el torneo se basaron en gran medida en su astucia: movimientos rápidos, engaños, la caída de su hombro y el giro de sus caderas. Fue el momento en el que humilló al defensa croata de 20 años, Joško Gvardiol, girando alrededor de él y luego sirviéndole la pelota a Julián Álvarez. O el pase sin mirar a Molina que atravesó la defensa holandesa. Este engaño no era solo el producto de dones naturales, sino también la sabiduría acumulada de una carrera.
A diferencia de Ronaldo, Messi se ha convertido en un tipo diferente de líder. Cuando era un adolescente su personalidad introvertida parecía un extraño contraste con sus momentos de extravagancia en los juegos.
En Qatar 2022, fue conmovedor ver lo lejos que había viajado como ser humano. Hubo momentos en el campo en los que cometió faltas tácticas y hasta se mostró más quejoso de lo habitual. Pero también asumió un estilo de liderazgo que le convenía. Asumió la responsabilidad de su equipo sin actuar nunca como si trascendiera a su equipo. Y su liderazgo fue, en cierto sentido, una forma de curación.
Para tomar prestado otro tema de Edward Said, Messi ha vivido una “vida de exilio”, autoimpuesto y lucrativo, por supuesto. Pero al jugar en el extranjero, siempre parecía un poco atrapado en el medio: era a la vez un ícono para sus compatriotas y un extraño, condición exacerbada por el hecho de que no había ganado el trofeo más grande de todos.
Su búsqueda de una Copa del Mundo fue posiblemente una búsqueda para reparar su relación con Argentina.
Mientras miraba el partido este domingo, por supuesto, me vi envuelto en uno de los mejores partidos jamás jugados. Pero también me encontré sintiendo gratitud hacia alguien que había enseñado con su ejemplo, que mostró, en un mundo que fetichiza la juventud, por qué el estilo tardío suele ser el mejor.