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jueves, septiembre 26, 2024

Yo digo… El cerebro económico (Primera parte)

Por David Bueno

El cerebro está diseñado para inferir. Inferimos constantemente: por la inferencia sabemos que alguien sentado delante de nosotros que presenta determinadas formas anatómicas y viste de determinado modo es una mujer y el mismo proceso nos permite suponer que nuestra última frase no le gustó –por un determinado gesto emocional en su labio superior–. Inferimos ante la realidad presente y futura, pero con una importante particularidad: en algunas ocasiones usamos más la emoción que la razón. Los expertos advierten de la importancia de tener en cuenta ese sesgo poderoso en los problemas económicos personales o colectivos. En nuestras decisiones, el deseo de cómo nos gustaría que fuese ese futuro es más poderoso que la experiencia. Este fenómeno es muy importante en las decisiones financieras dado que presupone cierta imprudencia a la hora de llevarlas a cabo. Incluso cuando se han tenido resultados negativos repetidamente en una gestión financiera, puede insistirse en el mismo error, a la espera de un futuro prometedor. En no pocas ocasiones el pensamiento desiderativo precede a la concatenación de errores. Previo a las repetidas crisis económicas, los bancos daban créditos fácilmente, entre otras cosas por la falsa creencia de que todo iría bien, y ese falso optimismo contagió a otros estamentos y a los particulares. Sabemos cómo terminó todo.

Histeria colectiva
Los científicos han mostrado una tendencia de las personas a infravalorar la evidencia a favor de las anticipaciones emocionales intuitivas: más presunción de buenos resultados económicos cuando la experiencia real demuestra que no ha sido así, o más de resultados negativos en épocas de alarma excesiva, cuando no hay para tanto.
Por eso es tan importante contrastar cualquier proyecto económico con los datos de cómo trascurre la situación, dado que su falta podría permitir que la parte más emocional del cerebro trabaje por su cuenta anticipando de manera poco fiable. La globalización ha llevado a un fenómeno de multiplicación de las reacciones emocionales con efectos directos en los mercados; un modelo neuroeconómico de “histeria colectiva” con repercusiones en aspectos como la volatilidad de los valores o la disociación entre valor bursátil y cuenta de resultados de una empresa.
En este contexto, la Neuroeconomía cobra real importancia. Este campo estudia el proceso de elección de los individuos, para lo que combina la neurociencia, la economía y la psicología. Entre otras cosas, analiza el papel del cerebro cuando los individuos evalúan decisiones y categorizan los riesgos y las recompensas. Cada día nos enfrentamos a situaciones que requieren la consideración simultánea de numerosos factores y que implican la toma de decisiones, las cuales nos permiten obtener las recompensas necesarias para nuestra constante adaptación al entorno y que pueden llegar a ser cruciales para nuestro bienestar.
En algunos casos, la conducta motivada forma parte de los procesos de regulación fisiológica, actuando mediante diferentes mecanismos para corregir desequilibrios internos (por ejemplo, cuando bajan los recursos metabólicos y tenemos hambre). En otros casos, la conducta motivada no está controlada por la satisfacción de necesidades específicas, sino que se encuentra dirigida hacia estímulos externos que poseen propiedades intrínsecas incentivas (por ejemplo, el dinero).
Además, estas recompensas son capaces de inducir sentimientos subjetivos de placer y contribuir a la generación de emociones positivas, de tal forma que los estímulos que las preceden quedan marcados, ya sea a través de mecanismos innatos o del aprendizaje, con un valor motivacional positivo. Esto sugiere que el procesamiento de la información puede ayudar a establecer un sistema de valores y de referencia para la toma de decisiones.

¿Una cuestión de decisiones?
En nuestra vida diaria llevamos a cabo diferentes juicios de valor cuando decidimos si comeremos un helado en lugar de una fruta o si saldremos a caminar en lugar de ir al cine en un cálido día de verano.
Se trata de seleccionar un curso de una acción de un conjunto de posibles cursos, en base a valores asociados y a recompensas o refuerzos anticipados. Parece que estamos hablando de características que son inherentes a todos nosotros en tanto que cada uno mostramos diferentes preferencias, gustos sobre qué comer o qué comprar en Navidad.
Entender cómo el cerebro incorpora los valores en la toma de decisiones se ha convertido en área de investigación de la Neuroeconomía. El dinero es un reforzador muy efectivo que adquiere su valor por las interacciones sociales y lo usamos diariamente en diferentes ámbitos vinculados al aprendizaje emocional de las personas. El deseo que podemos mostrar hacia algo como el dinero depende de cuánto tardaremos en lograrlo.

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