Por David Bueno
La adolescencia es una auténtica metamorfosis en el ámbito cerebral. El cuerpo también cambia, a partir de la pubertad, pero estos son pequeños cambios comparados con los que se producen en el cerebro. Hay tres zonas que cambian y explican el comportamiento de los adolescentes. Una es la zona de la amígdala, la zona del cerebro que genera las emociones, que se vuelve hiperreactiva, lo que significa que responden con mucha más intensidad. Tiene un aspecto de adaptación biológica, porque por primera vez se enfrentan a experiencias del mundo de los adultos sin tener recuerdos previos.
La segunda zona del cerebro que cambia muchísimo –de hecho, la que más cambia– es la corteza prefrontal, la zona que genera y gestiona los comportamientos más complejos, como la reflexividad, la planificación, la toma de decisiones razonadas y también la gestión emocional. Esta zona pierde muchas conexiones –las que mantenían los comportamientos infantiles– y gana muchas nuevas que son las que permitirán mantener los comportamientos de jóvenes y adultos. La reconfiguración es tan intensa que durante este período pierde eficiencia de funcionamiento, esto no significa que los adolescentes no puedan reflexionar, planificar o gestionar emociones, pero les cuesta mucho más esfuerzo.
La última zona que cambia es el estriado, la zona que genera las sensaciones de recompensa y placer; por eso buscan novedades para ver qué les satisface más, y también es su forma de conocerse. Y si lo combinamos todo tenemos: muchas ganas de buscar novedades y de experimentar, hiperreactividad emocional y mayor dificultad para gestionar todo este proceso. Es la definición básica del adolescente prototípico.
Imitaciones negativas
Si bien se trata de un proceso biológico, tiene una duración variable. Fruto de unas descargas hormonales que inician los cambios de la pubertad, ya partir de ahí, se inicia la adolescencia. Hay niños y niñas que imitan comportamientos adolescentes cuando todavía son niños, y eso deberíamos intentar evitarlo.
Los imitan por lo que ven en su entorno, en las redes sociales, y se comportan como si fueran adolescentes cuando todavía no lo son, cuando su cerebro todavía no ha empezado el proceso de cambio. No es bueno que haya esa imitación. A partir de aquí, la adolescencia va madurando y progresando y para que acabe es necesario que las tres zonas del cerebro mencionadas hayan completado su maduración, que puede pasar en torno a los 18 o 20 años. Sin embargo, hay otro aspecto importante, y es que se ha visto que los adolescentes sólo dejan de comportarse como tales cuando su entorno de adultos los valora y reconoce como unos iguales en derechos y deberes. Sin embargo, a menudo siguen viviendo en casa, y los seguimos tratando como si fueran adolescentes cuando ya son adultos.
Tecnologías, drogas y deporte
Las redes sociales tienen, se ha demostrado, un impacto clave en esta etapa, de hecho, en todas las etapas. Por un lado, son una forma de socializarse, y los adolescentes buscan socializarse con otros adolescentes, es la forma de situarse dentro de su entorno y de encontrarse a sí mismos en comparación con los demás.
El problema es que sustituyen al contacto humano –lo de salir a dar vueltas por las calles con otros adolescentes– y ese contacto no debe perderse. Es importante promover este contacto, que hagan deporte, que salgan a pasear, a sentarse en una esquina con sus amigos, que se vean la cara. Las redes sociales, por un lado, aumentan la confianza, por lo que a veces se meten en auténticos problemas.
El consumo de drogas es uno de los aspectos más problemáticos. Las drogas activan el estriado, la zona del cerebro que genera sensaciones de recompensa y placer. Por muy mal que se encuentren físicamente, el estriado se les activa diciendo “¡Epa!, esto está bueno”. Y ahí está el gran problema, y por eso es importante alejarlos de las drogas. ¿Cómo podemos hacerlo? Generándoles un ambiente en el que puedan encontrar estas recompensas, estas sensaciones de bienestar y de placer de manera diferente.
El deporte, por ejemplo, también activa al estriado. Y en los estudios también se puede crear un ambiente en el que se vean recompensados por su esfuerzo. Si se perciben sólo como una obligación y no hay motivación, el estriado del cerebro no se activa y buscan esa sensación de recompensa de otra forma. Si consiguiéramos un sistema educativo que realmente estimulara su motivación, reduciríamos el número de personas que se enganchan a las drogas. Por tanto, hay que potenciar también el deporte y el contacto social, los espacios y los lugares donde se puedan encontrar, reír, quejarse y hacer de adolescentes, en definitiva.