Yo digo… Educando el cerebro

Doctor en Biología

Entender cómo funciona el cerebro de un niño es esencial para ayudarlo a potenciar todas sus capacidades, así como para desarrollar más aquellas en las que la genética le ha proporcionado una base menos sólida.
El ambiente emocional que se vive en la infancia tiene un papel muy importante en cómo se construye el cerebro y en cómo esos niños y niñas después van a percibirse a sí mismos y se van a relacionar con el entorno. Se ha visto, que los niños que en los primeros años de vida viven en lo que se llama un “ambiente de crianza negativo”, con poco o nulo apoyo emocional, comparado con los que viven en un “ambiente de crianza positiva”, que implica apoyo emocional (no sobreprotector), con coherencia entre recompensas y amonestaciones, deja una huella en su cerebro que, después, se nota especialmente a partir de la dolescencia.
Los que han vivido en un ambiente de crianza negativo son personas menos creativas, con menos capacidad de aprendizaje, más dificultades para buscar sus motivaciones, menos facilidad para gestionar la ansiedad y el estrés. Son más impulsivos. Y eso se empieza ya a gestar durante esta primera infancia.

La importancia del juego
El juego es la forma instintiva que tienen los niños y también los adultos de adquirir conocimientos nuevos. Es importante que los niños jueguen porque es la forma que tienen de estar en un ambiente razonablemente seguro para explorar, para explorarse a sí mismos, a su entorno y las relaciones sociales, estableciendo los juegos de rol.
Es preciso señalar también que se ha visto que el juego libre, es decir, no dirigido ni supervisado por un adulto, potencia, posteriormente, la capacidad de gestionar el estrés, de gestionar la ansiedad, de asumir nuevos retos, valorando de forma reflexiva las amenazas y los riesgos de estos nuevos retos.
El juego libre simplemente consiste en que, aunque puede haber adultos más o menos cerca para que no sufran daño, estos no intervienen directamente en su juego y los dejan jugar a lo que ellos quieran, incluso leo dejan -dentro de unos márgenes de seguridad- treparse a un árbol… porque eso les enseña qué significa el riesgo.
El juego libre es crucial para un desarrollo ordenado del cerebro.

Ambiente emocional
Lo que deberíamos tener más en cuenta para ofrecer este mejor ambiente emocional es hacerlo a través de una crianza positiva. Es decir, un apoyo emocional no sobreprotector: no es hacer las cosas que ellos pueden hacer, es dejar que las hagan ellos, pero que sientan que estamos a su lado, apoyando sus decisiones. Es buscar un equilibrio entre recompensas y amonestaciones de tipo educativo. Recompensa es esa mirada de apoyo, de satisfacción, de confort que les damos para que se sientan a gusto. Y amonestaciones que, cuando hay que hacerlas, pues hay que hacerlas como una forma de reconducción de determinadas actitudes, pero deben ser reconducciones hechas de forma positiva y proactiva.
Una amonestación del tipo “¡qué desastre, no hacés nada bien!”, eso es crianza negativa. El término “desastre” es fatal para los chicos. ¿Quién se sobrepone de un desastre? La forma de reconducción en positivo sería algo así como “esto podemos hacerlo mejor”. Cuando te dicen que puedes hacerlo mejor, te resulta fácil entender que no lo has hecho bien, pero además “podemos” es primera persona del plural: vos tenés que hacerlo mejor, pero yo sigo estando a tu lado, apoyándote. Hacer es propositivo, nos lleva a la acción y, cuando nos dicen “mejor”, sentimos esa satisfacción y esa recompensa de ver que podemos seguir avanzando.

Motivación intrínseca
La motivación intrínseca forma parte de nuestro bagaje biológico, desde nuestra primera infancia. Los niños juegan por sí mismos y exploran el entorno. En cuanto pueden empezar a gatear, lo hacen por todas partes, por simple motivación, para descubrir qué hay más allá, para poner a prueba sus propias habilidades. Lo que es importante es no mutilar esta motivación, sino mantenerla viva, dejándolos que decidan algunas cosas. No es que tengan que decidirlo todo, no siempre tenemos que hacer lo que ellos quieran. Pero sí debemos dejarles espacios de decisión y exploración. Muchas veces el problema es que se las mutilamos. Las mutilamos cuando no les dejamos hacer nada, cuando todo el juego es dirigido, cuando no tienen tiempo durante la semana para hacer nada que no sea ir a la escuela y hacer cualquier actividad extraescolar, pero sin esta capacidad de buscar qué es lo que ellos realmente quieren hacer.