Yo digo… Consumo y cultura de élite: pop y pop art (Primera Parte)

Luis Britto García

El pop fue la subcultura de consumo por excelencia de los países desarrollados de la modernidad: en ella sus aparatos culturales amalgamaron símbolos distintivos de las subculturas marginadas, así como estilos de consumo impuestos por su sistema productivo, y las vendieron como categoría universal. Dirá Umberto Eco: “Con la operación pop, los artistas de esta tendencia se han reconciliado con la sociedad de consumo, al menos desde el punto de vista visual. Nos encontramos, pues, con un panorama que, en el fondo, es agradable y que contrasta plenamente con la hipótesis inicial que quería o debía ser una crítica irónica de la sociedad de consumo”.
El pop apropió los símbolos de identidad específicos de las marginalidades, los masificó hasta que perdieron su significado. Apoderándose del jeans del trabajador manual, de la música del negro, de los deseos de los sectores reprimidos sexualmente, de la irracionalidad del alienado y de la droga del desclasado, los promovió con las técnicas gráficas de la publicidad y del comic, los difundió con los métodos del mercadeo industrial y los asimiló como glorificaciones de la masificación del consumo.
La masificación de esta subcultura de consumo le prestó apariencias de igualitarismo. Su avasalladora propagación mercantil le infundió visos de “globalidad”. El consumo de las mismas baratijas adquirió caracteres de comunión; la modicidad de su precio alentó la ilusión de que, justamente, al adquirirlas, se atacaba al consumismo.



Culto a lo transitorio
Para precisar más, debemos ser imprecisos. El pop es vertiginoso. El pop es veloz, rinde culto a la transitoriedad del instante, y agota todas las posibilidades del mismo. El pop se expresa a través del objeto, y se afirma en su destrucción o su desecho. El pop se desenvuelve en medio de una constante sustitución de estilos, en la cual encuentra su esencia, que es la transitoriedad. El pop es emotivo, es subjetivista, exalta la expresión de los sentimientos. El pop es colorido. El pop es estridente. El pop es pacifista, permisivo, igualitario y sincrético. Aunque propaga una ilusión de individualidad, es uniformador. Es hedonista. Raramente se encontrará un objeto, un rasgo o un símbolo pop que no estén vinculados con alguna actividad recreativa o de disfrute.
El pop es sicodélico: busca en la droga la intensificación de la percepción y el contacto con lo inconsciente. Es gregario: a pesar de que juguetea con el tema de la individualidad, congrega a sus fieles en comunas, en sitios de peregrinaje y en festivales multitudinarios, donde el marginado puede creer que funde su identidad con la de la masa.
Es a la vez erótico y asexuado: a medida que afloja la represión, también deja de insistir en el reclame sexual. El pop trata de borrar toda diferencia entre los roles masculino y femenino.

Danza y música del desenfreno
El pop, es también dependiente. No puede existir separado del sistema cuyo excedente económico consume, o que sirve de mercado para la industria del entretenimiento. A su vez, el sistema industrial alienado dependió de él para fomentar el consumo entre los jóvenes y los sectores marginados. De allí que el pop sea ambiguo. Rechazo a los valores de los padres, pero dependencia económica de éstos. Crítica a la sociedad industrial alienada, pero dependencia de la misma como consumidora.
El pop es juvenil. Es la subcultura de consumo de y para los adolescentes. Postula una fiesta vertiginosa, igualitaria y promiscua, que permite olvidar el paso del tiempo y la inevitable llegada de la madurez.
El pop es musical. La danza orgiástica es la principal ceremonia de encuentro y afirmación de los adherentes. El pop es corporal. Varias horas de danza llevan al oficiante a críticos umbrales de fatiga y desenfreno, en los cuales el cuerpo parece obedecer por sí solo a la música.
Sólo hacia la decadencia del pop el ritmo frenético para ser bailado será sustituido por la música para ser oída. Mediante la sofisticación electrónica se pretenderá lograr un trance que aliene al oyente, primero de la masa, luego de su propio cuerpo.
En su primera etapa el pop es una renovación de los cultos danzantes aparecidos en todas las culturas antiguas. En su decadencia, constituye una variante del oficio litúrgico, que, a través de la monotonía y la complejidad sonora —e incidentalmente, de la luz coloreada, del ambiente sobrecogedor y del traje ceremonial— escinde la percepción del adepto de todo contacto con el yo individual y con el entorno social.