Esther Vivas
Mirar el comercio justo con las gafas de la soberanía alimentaria es imprescindible si queremos apostar por unas relaciones comerciales realmente equitativas, tanto a escala internacional como local, en que no se impongan los intereses de unas pocas multinacionales sino las necesidades de las personas y el respeto al ecosistema. No se trata de más comercio sino de más justicia en lo social y en lo ecológico.
Un movimiento en evolución
En sus orígenes, el movimiento por un comercio justo puso el énfasis en paliar las desigualdades comerciales entre los países del norte y el sur. De aquí que su labor (vendiendo en el Norte productos como café, cacao, azúcar, te, algunas artesanías…), se centrara en obtener un precio justo para los productores en origen, apoyar a sus organizaciones y sensibilizar acerca de las desigualdades del comercio internacional.
La emergencia del ciclo antiglobalización, a finales de los 90, y su crítica a las políticas de la Organización Mundial del Comercio, así como los debates sobre la necesidad de apostar por un nuevo modelo de producción agrícola centrado en los principios de la soberanía alimentaria (recuperando la capacidad de decidir sobre aquello que se cultiva y se come, defendiendo una agricultura local y ecológica), influyeron de pleno en el análisis y la práctica de algunas de las organizaciones por un comercio justo, dotándolas de perspectiva estratégica.
La soberanía alimentaria, al aportar una mirada global, señala la importancia de aplicar estos criterios de equidad social y ambiental a cada uno de los actores que participan en la cadena, desde la producción en el sur hasta la distribución final, actuando de brújula de un comercio justo con voluntad transformadora.
De lo local y lo global
El comercio justo, por definición, ha tenido una perspectiva internacional, pero la justicia en las prácticas comerciales no puede limitarse al comercio entre los países del centro y la periferia, sino que debemos de exigir equidad comercial tanto a nivel internacional como a escala nacional y local, reivindicando un comercio justo norte-norte y sur-sur en el marco de la economía social y solidaria. Sobre todo en tiempos como estos, de alocada inflación.
En la medida en que la soberanía alimentaria centra el eje de gravedad en lo local, el comercio internacional se convierte en un complemento. La prioridad entonces para el comercio justo ya no es “vender más”, sino que los productores y consumidores en los países del sur puedan producir y alimentarse de una forma sana y saludable. ¿Qué sentido tiene apostar por la soja, el trigo, el maíz si aquellos que los elaboran no tienen qué comer o si dichos cultivos acaban con una agricultura diversificada local? ¿Cómo se explica que se consuma café de primera calidad en Europa y poco menos que borra en los países donde se produce? ¿Qué lógica hay en eso, salvo la de enriquecer a unos pocos exportadores? Lo mismo sucede con la miel.
La justicia comercial es imposible sin el marco político de la soberanía alimentaria. Si los pequeños productores no tienen acceso a los bienes naturales (agua, tierra, semillas), si los consumidores no podemos decidir qué comemos, si los Estados no son soberanos para decidir sus políticas agrícolas y alimentarias no puede existir un comercio justo, porque las transacciones comerciales seguirán en manos de empresas multinacionales, quienes buscan hacer negocio con las cosas del comer.
Tomar la parte por el todo
Otro elemento a tener en cuenta es que no podemos confundir la parte con el todo. “Comercio justo” no es un paquete de café o té sino el conjunto de las relaciones comerciales que se establecen desde el productor hasta el consumidor final. Cuando el movimiento por un comercio justo pone el énfasis en los criterios de producción en origen (salarios dignos, igualdad de género, respeto al medio ambiente, etc.), puede obviar aplicar los mismos criterios de justicia ambiental y social al resto de actores de la cadena.
Los supermercados y la industria agroalimentaria han visto en la comercialización de alimentos de comercio justo, y también en los ecológicos, un nuevo nicho de mercado y una estrategia para lavarse la imagen. Vendiendo una ínfima parte de sus productos de comercio justo pretenden justificar unas prácticas comerciales basadas en la precariedad, la explotación del medio ambiente y el sometimiento del campesino.
Si no se toma con perspectiva política estratégica la soberanía alimentaria y sus prácticas comerciales, más que avanzar hacia un comercio con justicia contribuirá apenas a limpiar la imagen de determinadas multinacionales, contribuyendo a una percepción social favorable a las mismas, y escondiendo las causas de fondo de las desigualdades.