Por David Bueno
Dicen que el rostro es el reflejo del alma. Desde la perspectiva del comportamiento humano, probablemente sea cierto, o al menos lo es si cambiamos la palabra “alma” por “intenciones”. Ciertamente, el rostro es el reflejo de nuestras intenciones.
Eso es debido a que los 43 músculos faciales, que nos permiten hacer todos los movimientos y expresiones de la cara, responden a lo que estamos pensando con sutiles movimientos, una infinidad de contracciones y dilataciones que son captadas por nuestros semejantes.
De hecho, lo que captamos de la cara de nuestros semejantes son básicamente los movimientos de sus ojos y los cambios de volumen que se producen bajo la piel como consecuencia de las contracciones y dilataciones de los músculos faciales. Precisamente, el sinfín de estos movimientos musculares es una de las causas de que, con el paso del tiempo, vayamos acumulando arrugas, las cuales se convierten en un reflejo de la vida de cada persona, de sus risas y decepciones, sus sorpresas y disgustos, sus costumbres y apetencias e, incluso, de sus pensamientos.
Una preocupación milenaria
Las arrugas del rostro forman parte de nuestra vida social, de nuestra humanidad. Tal vez por eso siempre no hemos preocupado por el aspecto de nuestra piel, la parte más visible de nuestro rostro, el primer contacto con nuestros semejantes.
Las arrugas son el resultado del proceso normal de envejecimiento del tejido cutáneo y de la gesticulación repetida. Por eso, no todas las arrugas de la cara son iguales: unas se forman por los movimientos repetitivos de la musculatura facial (arrugas de expresión), y otras se generan con el paso del tiempo, al modificarse la red del tejido cutáneo.
Con respecto a las arrugas de expresión, en todo momento nos expresamos realizando movimientos que provocan la contracción y relajación de las células de la dermis y los fibroblastos. Con la repetición de estos movimientos faciales, la piel va perdiendo progresivamente la capacidad de volver a su estado original, formándose arrugas de expresión permanentes. Estas arrugas se empiezan a notar a partir de los 30 años y, con el paso del tiempo, se hacen más profundas y visibles. Las zonas donde hay más arrugas de este tipo son la frente, alrededor de los ojos («patas de gallo»), alrededor de la nariz y sobre el labio superior («código de barras»).
Por lo que respecta a las arrugas generadas por el paso del tiempo, obedecen a diversos procesos. Así, las denominadas arrugas de trama son debidas a cambios en la trama celular del estrato córneo de la piel. En una piel joven, este estrato córneo está formado por una trama de líneas que se cruzan de manera ordenada, creando formas romboidales.
Con los años se pierde la regularidad de este entramado y las células se desordenan, lo que favorece la formación de arrugas. También se forman arrugas de laxitud, al perderse progresivamente la turgencia de la piel, lo que ocasiona la formación de pliegues por relajación tanto de los tejidos cutáneos como de la musculatura subyacente. Otro tipo de arrugas son las denominadas de posición, que se producen como consecuencia de la degeneración de las fibras de colágeno y elastina. El colágeno y la elastina son unas proteínas que forman parte de la matriz extracelular, una substancia compleja cuya función es mantener unidas las células de la dermis y la epidermis. Además, el colágeno actúa como una esponja, absorbiendo agua y manteniendo la hidratación de la piel. Esta degeneración favorece que los pliegues del tejido cutáneo no tengan capacidad de volver a su estado original.
Hidratar, la solución más eficaz
Por todos estos motivos, no es de extrañar que todos los productos que se utilizan para mejorar la textura de la piel contengan agentes hidratantes –para compensar la disminución de hidratación debida a la alteración del colágeno y los glucasaminoglicanos–, y/o péptidos, proteínas o vitaminas –como la vitamina
A o retinoles– que, mediante mecanismos todavía no del todo conocidos, activan la producción de colágeno por parte de las células de la piel, lo que contribuye a mejorar su elasticidad e hidratación, y en general al mantenimiento del tejido cutáneo en toda su complejidad estructural. En el contexto de las arrugas del rostro, tal vez envejecer sea dejar de ocultar las intenciones y mostrar las experiencias de la vida y, posiblemente, lo mejor que nos puede proporcionar un tratamiento para las arrugas sea suavizarlas sin ocultarlas.