«Ya nada será lo mismo» / Por Gerardo Iglesias

Por Gerardo Iglesias
Especial para La Calle

Se sentó en el medio, justo en el medio, del Puente a la Isla. Las patas le quedaron colgadas en el aire. Los ojos pal’ sur, la cara con la mueca un tanto triste, cansada, decepcionada. Así estaba ese mediodía. Con las patas en el aire. Abajo el río, manso, pasaba para Santa Cándida.
Miraba pasar el río y pensaba el Cacho. ¿Se podrá cruzar este pedazo de río y salir limpio en la otra orilla, sin las mierdas que hoy lo surcan de manera invisible? ¿Podemos salir limpios de una orilla a la otra siempre? “Es medio difícil” pensó el Cacho. Y recordó como muchos cruzaron el río, saliendo, pisando la arena de la otra orilla con pedacitos de mierdas pegados en el cuerpo, en el pelo, adheridos para siempre.
Se sorprendió el Cacho por estar pensando en eso. Pero no es ningún boludo. Viene remando desde hace tiempo con eso, con los que salieron a la arena de enfrente olvidándose desde donde se zambulleron primero. Aunque también, se le viene a la cabeza, como el recorte de la hélice que rompe la calma del riacho allá abajo de sus patas, de los que directamente cruzaron por arriba, sin pisar si quiera esos charquitos de mierdas invisibles. Llegaron impolutos, al menos eso creen. Pero están ahí y levantan los deditos acusadores de superioridad que nunca tendrán…embolsó la calentura en un lugarcito, al costado de la gamba izquierda pa’ no pensar más en eso.
Miraba pal sur cuando el guasap le entró, moviéndole la bermuda raída. “Cacho bolu. Se murió el Diego”. Las piernas saltaron como un resorte mientras pensaba “que dice este boludo”. El segundo mensaje le entró cuando enfilaba pal rancho “dale, en Crónica están pasando todo”. El Cacho apuró las alpargatas pal caserío, que se rompían aún más en los calientes adoquines.
Mientras bajaba el puente se le caían las imágenes, las puteadas del Diego. Toda su juventud con los rulos al viento para parecerse a él. Las madrugadas del ´’79, cuando se paseaban allá en Japón con Ramón Díaz y otros y nosotros, desde acá, rezando para que la antena aguantara los 90 minutos. El Mundial del 82 y Malvinas y siempre en Diego en el piso. Y la revancha del 86, la mano de Dios, el Barrillete Cósmico. La Copa, la vuelta. El Cacho apuraba y aparecía Italia 90´con el Cani y Goyco y el tobillo a la miseria y la puteada a los tanos.
Y en ese apuro se le cayó la ficha porque estaba pensando eso, hacía cinco minutos sentado en el medio del puente mirando pa´ Santa Candida. Porque el Diego cruzó la orilla de un lado al otro, se embarró de la mierda, la peleó, se la bancó, sabiendo que en esos miles de pedacitos que se bancaba eran una sonrisa para su gente, para su pueblo. Sabía del villerío que se levanta a las cuatro de la mañana para ir a laburar, conocía el laburante de la diaria por más que estuviera, ahora, sentado en la mesa de los reyes. El nunca se olvidó de eso. Por eso lo queremos tanto. Fue una parte de nosotros carajeando frente a los poderosos sin agachar nunca la cabeza, metiéndose en el barro porque era y es necesario. Y no abandonar nunca.
El Chacho llega a su casa y el piberío jugaba en el patio. Fue directo a la TV que ya devolvía las imágenes que vio siempre. El Diego dejando rivales despatarrados por el piso, de todos los países y camisetas, en todas las canchas, con la Celeste y Blanca ondeando como en un campo de batalla. Porque Diego fue “nuestra Patria en pantalón corto y camiseta”.
El Cacho se sentó. Cambió de canal pero todos eran en continuado, todos con el Diego y casi el mismo partido. Llorando como un gurí, el Cacho sintió que se le moría una parte de su vida, un amigo que lo hizo feliz entre tantas penurias, ese amigo puteador, atorrante, soberbio. Ese, que estuvo siempre a pesar de no estar.

Lloró el Cacho. Lloramos todos.
Ya nada será lo mismo.