Señor director:
Ayer de noche (lunes, 28 diciembre 2020), el Cabildo y el Ministerio de Salud iluminaron sus sedes de verde para «insistir en la necesidad» de que el presidente Alberto Fernández «cumpla con su compromiso» de presentar el proyecto de legalización del aborto. La sesión para debatir el proyecto firmado por el presidente fue convocada para las 16 horas de hoy martes y se prolongará varias horas antes de la votación. En caso de paridad, deberá desempatar la titular del Senado Cristina Kirchner, quien durante su gobierno (2007-2015) no impulsó la legalización del aborto, pero que en 2018 votó a favor, cuando el Congreso trató por primera vez un proyecto de IVE. Según una encuesta realizada en Entre Ríos por una consultora nacional, más del 70% de las mujeres está en contra de la legalización del aborto. La permisividad del aborto se ha extendido tanto, que los políticos se valen de eufemismos para suavizar su horrible impacto. En su libro La Política y el Idioma Inglés, publicado en 1946, George Orwell demostró cómo la oratoria de los políticos son «en mucho la defensa de lo indefendible», corrompen el idioma mediante la verbosidad, expresiones trilladas, vaguedad, ambigüedad y eufemismos. Como la palabra “aborto” denomina algo ominoso, el lenguaje político la suaviza por ”interrupción del embarazo”, soslayando sutilmente el hecho de matar a una criatura indefensa. La frase, para usar las palabras de Orwell, «cae sobre los hechos como nieve suave, empañando lo que subraya y cubriendo todos los detalles». Cuando una madre aborta nunca oye decir que la matanza de un niño tendrá lugar. Lo que oye es que el tejido será removido, una expresión que pretende situar la operación al nivel de la extirpación de una verruga. Al amparo de esta filosofía reduccionista, todos los humanos son “tejidos removibles” y, si mantener a los discapacitados y los ancianos involucra «un alto costo social», habrá que llamarlos «tejidos removibles» para poder «exterminarlos» de igual modo. Los embarazos no deseados son un gran problema, pero la solución no es matar bebés, sino proteger a las madres desde su más tierna edad hasta que sean adultas. Yo he participado en varios debates entre proabortistas, médicos pro-vida y abogadas, y los relatos aportados por las abogadas sobre niñas abusadas, causaron gran indignación contra los convictos, y compasión hacia las víctimas, por lo que en aquel momento cualquiera habría estado de acuerdo en votar a favor de la ley del aborto. Pero tal remedio inmediato no resuelve el problema de fondo, el cual requiere reeducar las mentes de los adultos, gobernantes y docentes. Tal como está el mundo, esto sonará a utopía, pero consentir la distópica situación caótica vigente traerá consecuencias mucho más penosas que las de aceptar el reto de cambiar los aberrantes patrones de conducta degradantes.
Lucas Santaella