UN TRISTE GIRO DEL DESTINO. El cruel homicidio de un joven comerciante

Los sueños de Darío Ferrer se truncaron un mediodía de 2012.
Por Clelia Vallejo
Profesora – Periodista

El 18 de febrero de 2012, el asesinato del joven propietario de un kiosco conmovió a Concepción del Uruguay. Fue un día caluroso y agobiante después de mediodía, cuando Darío Alberto Ferrer de 26 años de edad, fue encontrado desplomado dentro de su negocio ubicado en 9 de Julio 111. Estaba cerca de la puerta y, desde fuera, se veían sus pies, lo que llamó la atención de un vecino o transeúnte que dio el alerta. El médico forense después determinó que un disparo le había dado en la aorta, la arteria más grande del cuerpo humano.

Según se supo, hacía menos de dos meses que con su novia, María Victoria Sartori, había abierto su kiosco. Ambos se habían establecido en esta ciudad dos años antes con el deseo de progreso, de tener lo suyo, de labrarse un porvenir. Pero a las pocas semanas fue asesinado por un sujeto que no pensaba sino en apropiarse de lo que no le pertenecía. El joven comerciante se habría resistido y el ladrón le disparó sin titubear. El atacante logró llevarse el dinero de la caja y el teléfono celular de la víctima.

Los investigadores recogieron indicios, elaboraron hipótesis, colectaron pruebas y estas los llevaron a localizar a los autores del hecho, aunque no fue nada fácil. En principio hubo varios jóvenes demorados bajo sospecha, pero finalmente solo tres quedaron vinculados.
Fue acusado de la autoría del hecho y condenado por el mismo Laureano Picazzo, entonces de 19 años, mientras que a Sergio Debrabandere, de 21 años, se le imputó y probó el traslado de Piccazzo hacia el lugar del hecho y su colaboración en la huida del mismo.
Por otro lado, se acusó de la tenencia y comercialización del celular de la víctima a Jonathan Bernasconi, de 18 años.
Bernasconi no pertenecía al grupo de Piccazzo, sino más bien a un grupo rival, por lo que se dedujo que el autor del hecho, o algún allegado, se las ingenió para el que celular robado a la víctima llegara las manos de Bernasconi, de manera de inculparlo. Sin sospechar a quién pertenecía el teléfono, Bernasconi lo puso a la venta y así lo localizó la Policía y lo detuvo.
A Piccazzo se le comprobó que ese día pasó por un lavadero de autos donde trabajaban varios jóvenes y solicitó que alguien lo trasladara hacia el lugar del hecho, pero la mayoría se negó y solo aceptó Debrabandere, quien lo llevó en su moto y lo esperó cerca del kiosco, en la esquina de 9 de Julio y San Lorenzo. El conductor declaró que mientras aguardaba en el lugar convenido, escuchó el disparo y se asustó, por eso –afirmó en sede judicial– cuando llegó Piccazzo corriendo, puso en marcha el vehículo y se alejó rápido del lugar.

El asesino, Laureano Piccazzo fue condenado a 22 años de prisión.

La condena llegó el mismo año

El 2 de septiembre del mismo año comenzó el juicio, que era esperado ansiosamente por la comunidad que realizó varias marchas pidiendo justicia y de la que participaron numerosas personas, incluyendo la madre y la novia del malogrado kiosquero.
La Fiscalía consideró en su alegato que la actuación de Debrabandere había sido ocasional, atenuado su participación como cómplice del cobarde delito. Para el fiscal, el responsable de haber planificado y perpetrado el hecho fue Picazzo, por lo que pidió para él 25 años de prisión.
Los abogados de la querella mostraron su disconformidad y cimentaron extensamente su pedido de prisión perpetua (35 años) tanto para Picazzo como para Debrabandere.
El 18 de septiembre de 2012, Laureano Guillermo Piccazzo fue condenado a 22 años de prisión, tres menos de lo solicitado por el fiscal, por ser autor responsable del delito de “Homicidio en ocasión de robo”. En tanto que a Sergio Damián Debrabandere, alias “Checho” se lo encontró culpable del delito de “Robo con arma de fuego, en grado de partícipe secundario”, y se lo condenó a la pena de 6 años y dos meses de prisión.

Condena a quien vendió el celular

Jonathan Exequiel Bernasconi, en tanto, fue condenado a 3 años de prisión por haber recibido el celular de la víctima, si bien dijo desconocer a quién había pertenecido. Se lo acusó de receptación de una cosa de procedencia sospechosa y de comercializarla. En un juicio abreviado acabó recibiendo una pena de 2 años de prisión condicional.

Sergio “Checho” Debrabandere ofició de chofer del homicida. Sentenciado a 6 años.

Una pedrada en la frente

Doce años después, puedo recordar claramente aquel caluroso mediodía del 18 de febrero de 2012, salí de la redacción de LA CALLE remís hacia mi casa. Mientras ponía el vehículo en marcha, el chofer me comentó: “Usted sabe que recién pasé por un kiosco en la 9 de Julio y había un hombre tirado. Se le veían los pies por la puerta. Tal vez era alguien que se descompuso”.
Por esos días vivía a la “pesca” de la noticia, por lo que pensé que no perdía nada con ir a ver y le pedí al conductor desviarnos del camino e ir hacia el citado kiosco. Pero nunca, ni remotamente, pensé que se había perpetrado un asesinato.
Cuando llegué ya estaba la Policía. Alguien (uno de los vecinos que miraban los movimientos de los funcionarios desde una distancia prudencial) me comentó que habían asesinado al kiosquero. “Pobre muchacho –dijo–, hace poco que se instaló acá”.
La novedad tuvo para mí la fuerza de una pedrada en medio de la frente. Ese día me había resultado particularmente apacible en el trabajo, nada grave, nada que lamentar y de pronto esa novedad que me descolocó y me llevó a ese lugar poco agradable que había aprendido a conocer: cada hecho cruel, cada injusticia, dejaba esa sensación de que el mundo se volvía gris y la boca se llenaba de amargura.  Al principio se me caían las lágrimas. Con el tiempo aprendí  a “ponerme una máscara de impasibilidad”, pero no se puede ser indiferente ante algo tan tremendo. Aun hoy recuerdo el sol fuerte sobre los seres y las cosas, como un manto caliente y doloroso.