
Resulta imposible imaginar Concepción del Uruguay, sin pensar en el Colegio del Uruguay. Por más desinformado que se ofrezca un interlocutor, por donde andemos, es bastante frecuente escuchar la invariable consulta, “ahí funciona un colegio importante, no?”
Y si la vida de la ciudad ha sido pródiga en acontecimientos de considerable significación, muchos –invariablemente- están atravesados por el espacio al que su creador, con absoluta convicción, designó como legítimo heredero. “Su gloria más pura y fecunda”, según la categórica opinión de uno de sus ilustres rectores.
El Talar del Arroyo Largo es más que una referencia histórica. Adquiere el valor simbólico del paisaje entrerriano. Sin dudas, el mismo que infundiera el carácter y personalidad del futuro organizador de la Nación. Un héroe para los entrerrianos y una figura central de la historia argentina.
La naturaleza ha sido muy generosa con Entre Ríos, pero en su fecunda singularidad también habitaba la dificultad del vínculo y la conexión con las provincias hermanas. Sin embargo, el tamaño del escollo no fue impedimento para el protagonismo que la historia le tenía reservado.
Primero el “Supremo” y luego Urquiza, para la decisiva Caseros, atravesaron al mando de sus hombres la inmensidad del Paraná. Parado en las barrancas de Punta Gorda, cualquier desprevenido se asombraría hoy del enorme desafío.
Y fue en ese escenario de lomadas suaves y surcado de arroyos donde Urquiza imaginó una Nación. La razón de las armas abonaba una estrategia ambiciosa. Dar a los antiguos territorios de las provincias unidas un orden institucional, demorado desde el grito de la Independencia.
Son coincidentes las opiniones que asocian a Domingo Faustino Sarmiento como la gran personalidad educativa de la historia argentina. No obstante, años antes de que el sanjuanino se transformase en una sobresaliente figura pública, Urquiza movilizaba las ideas que dieran entidad al sistema educativo.
No tenía veinticinco años cuando fue electo diputado. Y desde que abrazó la carrera política puso acento en las bases de la educación popular que décadas más tarde otorgaran fundamento a la Ley de Educación Común, Gratuita y Obligatoria, sancionada durante la gestión del primer presidente egresado de las aulas del Colegio, como si el destino le hubiese asignado un mandato histórico.
La creación de dos escuelas normales para la ciudad, gestada en acuerdo con el propio Sarmiento, una de preceptores –anexa al Colegio- y una de preceptoras, “la Normal” como popularmente se la conoce hoy -porque era imperioso formar docentes-, son iniciativas que reafirman el perfil del Urquiza educador, injustamente desplazado por el de la acción política y militar que eminentemente le ha otorgado una amplia bibliografía.
Se estima que aquí vivían dos mil quinientos vecinos, que empezaban a distribuirse en el geométrico damero, de cuadras cortas, que curiosamente decidiera el enviado del virrey, Tomás de Rocamora.
La magnificencia del edificio, resuelta por su fundador y plasmada en el estilo post colonial, de temperamento italiano, que le imprimiera Pedro Renom, daba entonces una impactante presencia a la austeridad aldeana de paredes de adobe y techos de paja.
No significaba una desmesura, aunque lo pareciera. El paso del tiempo daría evidente testimonio de su acierto. Y a la talla del tamaño edilicio, la institución asumía el perfil de un centro de enseñanza superior.
El palaciego edificio que se asomó a la plaza que rinde homenaje a “Pancho” Ramírez fue recibiendo, entonces, la presencia joven, de los lugares más remotos. Albergándolos en su internado, otorgando becas y dignas condiciones de alojamiento. Pronto, su prestigio adquirió la dimensión del pensamiento que lo inspiró.
A sus claustros se incorporaron docentes absolutamente comprometidos con el proyecto educativo y político que Urquiza imaginaba. Junto a Alberto Larroque, un grupo de brillantes educadores -en su mayoría franceses- corporizaron la recordada Década de Oro. La misma que otorgara basamento filosófico liberal, republicano y democrático a la dirigencia que vertebró el Estado argentino moderno.
Larroque interpretó como nadie el destino y la orientación del Colegio. El desarrollo de los cursos de jurisprudencia, que demandaban un esfuerzo y dedicación adicional por su exigencia, le otorgaron una estatura universitaria de unánime reconocimiento. Entre sus colaboradores tuvo a Alejo Peyret, un intelectual que impulsó los valores de la educación integral y universal. Un filósofo de prestigio en el mundo académico y estrecho colaborador de Urquiza, especialmente en el campo del periodismo y de la misión colonizadora.
Durante “la era dorada” la matrícula alcanzó el excepcional número de quinientos estudiantes, atraídos por la calidad de la enseñanza. Un abanico de asignaturas para los vocacionales en Comercio, Agrimensura, la promoción del arte y la cultura y la original creación del Aula Militar que sustentaría diciendo que “es tal vez la carrera que requiere estudios más sólidos y prolijos”. Semilla del Colegio Militar de la Nación que conocemos hoy.
“Hacer el bien siempre y por el bien mismo” fue el lema de Jorge Clark, el docente y administrador de ascendencia inglesa, emblema de aquella etapa extraordinaria. El imprescindible lazo fraternal con los alumnos, de austera presencia, al que la historia enaltece por su honor y principios éticos.
No por capricho, José Benjamín Zubiaur, quizá el más innovador de los rectores, le dedicara junto a su fundador y al propio Larroque, el preeminente lugar en el tríptico que preside el distinguido patio.
Por imperio de las circunstancias, la celebración del 175 aniversario del “Histórico” coincide con la realización de los Juegos Olímpicos de París. La cita nos remite al eminente educador paranaense, uruguayense por adopción, único representante iberoamericano en la creación del COI.
La apertura de la institución a la mujer, la realización de las primeras excursiones educativas, la implementación de los talleres de trabajo manual y la incorporación del deporte a la educación integran parte del legado de Zubiaur, que exceden a la historia del Colegio. Significaron, en realidad, un invalorable tributo a la educación argentina.
Con precisión, Honorio Leguizamón, recordado ex alumno y rector describió el funcionamiento del primer instituto de enseñanza laica y gratuita del país. En su discurso del 58° aniversario decía: “Era el del Uruguay un Colegio de enseñanza integral, porque el alumno ingresaba allí a recibir la instrucción elemental y podía, de paso en paso, egresar por la puerta terminal de las escuelas de Derecho, de Comercio o de Agrimensura o, si no alcanzaba a esta meta, siempre con un bagaje de aptitudes para cualesquiera de las especulaciones de la vida social, sin excluir ni la militar, ni la eclesiástica, ni las de las bellas artes, a que, el variado programa de sus estudios y la especial preparación de su selecto cuerpo docente podía, despertando vocaciones o aptitudes, hacerles inclinar”.
Desde sus orígenes el Colegio promovió un sentido de pertenencia en el conjunto de la comunidad educativa. Un mérito que muchos egresados han devuelto con emocionantes testimonios de agradecimiento y generosidad.
Hay inequívocas evidencias que expresan la activa participación de sus alumnos. Sobrecogedores ejemplos lo corroboran. El protagonismo asumido en la Heroica Defensa de la ciudad, de 1852, y la creación de la Asociación Educacionista “La Fraternidad”, cuando la supresión del internado y de las becas acechaban con la amenaza de un golpe mortal. Son ejemplos imperecederos, que los enaltece.
No es producto de la casualidad que tres presidentes argentinos: Julio Argentino Roca, Victorino de la Plaza y Arturo Frondizi; dos vice presidentes: Francisco Beiró y Hortensio Quijano y un presidente del Paraguay: Benigno Ferreira, hayan salido de sus claustros. Son las personalidades públicas más conocidas de una extensa nómina de ilustres egresados.
La casa está colmada de elementos simbólicos, pero el vertical mirador, que el pueblo salvó de la negligente decisión de demolerlo -en la década del 40-, representa el cabal testimonio de su historia.
Su ala sur dio amparo a los servicios religiosos de la iglesia por diez años, y su ala norte –casi en la esquina de las calles Urquiza y Galarza- acogió, por veintitrés años, a la legislatura provincial, luego que la ciudad recobrara la condición de capital, en 1860.
Los dos primeros diarios de la ciudad: “El Porvenir de Entre Ríos” y “La Regeneración” son producto de su imprenta. Y hasta el club de fútbol uruguayense más antiguo, echó raíces en las actividades atléticas promovidas por sus maestros.
La creación de los colegios nacionales y las miserias del favoritismo gestadas en la arbitraria centralidad de un escritorio, acotaron el perfil de una institución que había apostado por propósitos educativos más ambiciosos que el de un secundario formal, por el que transitaran en el siglo XX generaciones de uruguayenses y estudiantes de otros sitios, siguiendo los pasos de sus mayores. Representa una deuda pendiente, a pesar de su incorporación al nuevo esquema de educación provincial, propuesto con la creación de la UADER.
Casi cien años demoró la ciudad en recuperar el rango pedagógico más elevado. Sería el Colegio, por designio de la historia, el refugio del movimiento universitario iniciado por la Facultad Regional de la UTN y que siguieran la Universidad de Concepción del Uruguay y la Universidad Nacional de Entre Ríos, las dos primeras universidades del sistema educativo superior entrerriano, con sus respectivos rectorados.
En la centralidad de la vida social, en la misión educativa y en la intensidad de la lucha política, siempre el Colegio. Un símbolo de identidad que nos acompaña a todos lados y del que los uruguayenses debemos sentirnos legítimamente orgullosos.
¡Feliz aniversario!
Municipalidad de Concepción del Uruguay