Treinta años madrugando con el papel y la tinta

El Ucha, es uno de los históricos canillitas. (Manuel Alderete)

Por: José María Villanueva

El frio te corta en esa esquina. La Peatonal abre la calle Urquiza como una potente ráfaga de viento sacudiendo viejas puertas, mientras la mayoría de los negocios permanecen aún cerrados y los primeros laburantes camuflan parte de cierta niebla que se está yendo con el humo del primer cigarrillo, apurando el paso rumbo al trabajo.
La mayoría, a los bancos, a las oficinas públicas, al municipio. El remisero levanta el pie del acelerador para subir despacito la lomita de la Peatonal. Saca el brazo apenas con la plata hecha un tubito. El Ucha, con la izquierda, la recibe y con la otra le deja el diario. Todo automático, sin parar, como siempre, como hace 30 años. Como toda la vida.
EL Ucha tiene al piso de la Peatonal como su mostrador, depositando los diarios, la mercadería, cubierta en bolsas que van cambiando de acuerdo a lo que resistan. Es educado y servicial y se larga a contar con la misma parsimonia que arma y desarma su negocio “acá, de vuelta, había dejado un tiempo, pero acá estoy otra vez, para despuntar el vicio”.
Desde hace una punta de años tiene su parada, en la Rys o en esa esquina de Peatonal y Urquiza, donde ya su figura es inconfundible y referencia ineludible a la hora de buscar el diario en esa zona. Hace tanto tiempo que lleva en ese lugar que los comerciantes le dejan algo caliente y algunas cosas más.
Con la pandemia las cosas cambiaron para todos y para Ucha también “ahí la llevamos, hasta ahora bien. Hay que cuidarse como loco” dicen mientras se asegura que el barbijo este en el lugar correcto al tiempo que da dos pasitos para atrás, para seguir respetando la distancia de los dos metros o más, para “asegurarlo. Pero tenemos que cuidarnos y más acá en el centro que anda mucha gente. Está medio bravo, complicado”. El tema pasa a dominar la charla para que cuente que “ya estoy vacunado pero hay que cuidarse, porque muchos están enfermos y no lo hacen” dejando un claro mensaje solidario, de cuidar al otro al cuidarnos nosotros mismos. En los primeros tiempos de la pandemia, cuando todo estaba cerrado, Ucha llegaba al lugar casi en silencio, cuidándose para no perder la parada a pesar que “en casa no querían que salga pero yo me venía igual. No me podían sacar el trabajo, de un día para el otro, no podrían sacarme la calle”.
El sol se va llegando lento desde el puerto, pareciera que rodar por la Rocamora, desde el río, mientras Ucha va bajando poco a poco la pila de diarios, con clientes fijos y los otros, que pasan rápido, ya con el billete preparado, para no perder tiempo, calzar el diario bajo el brazo y seguir. “Siempre anduve en la calle y viviendo en La Tablada. Algunas veces voy a buscar un bolsón de comida del Municipio y alguna vianda del comedor, aunque en casa, gracias a Dios, tenemos pero la comida nunca está demás”.
Si le preguntas cuando hace que está con esto la respuesta es rápida “ya perdí la cuenta. Más de 30 seguro. En casa quieren que largue, que deje pero yo no quiero, ya es una costumbre mía y sigo de domingo a domingo, le pego todos los días” porque así es la vida del canillita, es de todos los días, hay pocos feriados, y todo es igual así llueva, reine el calor o el frío te cale los huesos. El canilla sale siempre a la calle, al laburo, a parar la olla en la casa, aunque hoy las ventas hayan mermado y las ganancias no sean lo que fueron otrora, sobre todos con las revistas capitalinas. “Salgo a las cuatro de la mañana, busco los diarios y me vengo para acá. Se vende sí, sigo vendiendo, yo sigo vendiendo” dice Ucha “y eso que pusieron las computadoras para voltear los diarios pero no pueden, no los van a voltear así nomás. Hay gente que lo compra igual”.
Carlos Alberto, así se llama Ucha, nombre que pocos deben conocer a pesar de conocerlo así una vida, tiene 65 años, nacido acá en Concepción, una vida en la calle, laburando con los diarios, sufriendo a veces la maldad de los hombres pero compensando con el respeto de la gran mayoría. Una vida levantándose a las cuatro, en todas las épocas del año, abrazando las noticias (gracias Jaime) hasta el lugar de la parada, para armarse el kiosquito y comenzar con la venta diaria. Su historia es también parte de la historia de cientos de canillitas que vocearon en nuestra ciudad, de esos que los domingos oficiaban de despertador natural con su grito destemplado y algo lejano aunque estuviera en la esquina de cualquier casa. Fueron muchos, son muchos, historias de vida y superación, de esfuerzos y sacrificios, siempre en la diaria, buscando el pan en cada zancada, en cada diario. Los uruguayenses apuran el paso, confluyendo desde los barrios al centro de la ciudad. Los que transitan por Peatonal y Urquiza le dicen al compañero de oficina “aguántame que le compro La Calle al Ucha y seguimos”.