Todo está por ver

Señor director:
¿Por qué siento que las cosas no van a mejorar? –me decía uno de estos días un amigo mientras compartíamos un termo. Quizás sea –dije yo– porque el caos reinante todavía no ha alcanzado su máximo nivel. Tengo una infección viral en la boca, y el médico me ha dicho que antes de aflojar tendrán que pasar dos semanas por lo menos. Comparativamente, puede que la situación del mundo infectado con el covid-19 sea algo parecido, y no afloje hasta que la crisis llegue al no va más, en unos pocos años. Los malos de siempre piensan que hay mucha gente de sobra en el mundo a los que habría que eliminar a como dé lugar, para llevar adelante sus planes hegemónicos, quizás realizables ahora debido al auge tecnológico. La tecnología ha avanzado tanto, que permite sustituir la mano de obra por robots y cambiar el mundo para siempre. Pero como este plan va contra las leyes naturales, probablemente fracase a su debido tiempo. Después de sufrir calamidades de todo tipo, unos y otros comprenderán que dejarse arrastrar por la codicia, y por el delirio de convertirse en dioses cibernéticos, es contraproducente. La idea de deshumanizar a las personas modificándolas genéticamente, se basa en la creencia de que eliminando la parte emocional (causante de todos los conflictos, según los promotores de la Inteligencia Artificial), las personas se liberarán de las dependencias psicológicas implícitas en el relacionamiento, y serán más eficientes en manejarse profesional y socialmente. Pero por más que deshumanicen de ese modo los cuerpos de las personas, los seres no materiales que habitan en su interior seguirán siendo inmutables, y su natural tendencia a ser realmente libres y ejercitar su innata voluntad de plenitud nunca desaparecerá. Por más que modifiquen el cerebro, el ser interior siempre encontrará la manera de reconquistar su libertad, como a veces ha ocurrido en algunos manicomios. Si algo nos muestra la historia es que, con diferentes grados de severidad, todas las sociedades se desmoronan y perecen con el tiempo. Le ocurrió al imperio mongol, al romano, al español, al británico y a la Unión Soviética, por citar algunos de los muchos controvertidos planes políticos de hegemonía mundial, que uno a uno, fueron claudicando. Estamos en un proceso de “des-civilización” de la sociedad, que no significa ausencia de civilización, sino “un estado de civilización sin sentido e irreflexivo”, con un notable “déficit de empatía”, no sólo en Occidente sino en el mundo entero. Pero a pesar de que la ávida piraña globalista está empeñada en cosificar a los humanos, en Sudamérica todavía tiene sentido la cruzada moral por la vida, la niñez y la familia. América Latina es el último baluarte que se resiste a ser deshumanizado, una batalla que, en las democracias del llamado Primer mundo, está perdida desde hace tiempo.
Lucas Santaella