Señor director:
Todo está cambiando, el mundo, la gente, las costumbres, el modo de pensar y de actuar, el paisaje, el clima, la manera de ver la vida, las psicopatías individuales y otros aspectos del acontecer. Cambia de fase la luna, y entre cada cambio se intercalan alteraciones en el clima, el medio ambiente y el metabolismo humano, sin que el común de la gente –absorta en tradiciones, fatalidades y costumbres–, advierta la relación de todo ello con su particular forma de vivir.
Viéndolo bien, llevamos ya más de un año viviendo en una nueva realidad que es preciso reconocer. En todo este tiempo, el coronavirus se ha diseminado por todo el mundo, no solo infectando y enfermando a millones de personas, sino también cobrándose muchas vidas. Algunos hombres y mujeres de ciencia concuerdan en que la propagación del virus entre los humanos está vinculada a las diversas patologías que padece la gente y en cierta medida a la vida loca de los menos precavidos.
Solo comprendiendo cómo se hizo un nudo es posible deshacerlo, y solo comprendiendo por qué se producen las perturbaciones psicológicas podremos superarlas. Si todo cambia en la vida, lo más probable es que quien se resista a cambiar se tenga que enfermar.
Infunde esperanza que los viejos patrones de conducta estén cambiando. Poco a poco, la nueva forma de vivir se perfila más orientada al ser que al tener; más enfocada al largo plazo que al corto plazo, y en muchos casos más cercana a lo espiritual que a lo material. De momento, las vacunas han traído tranquilidad para los ancianos y esperanza para el resto, aunque las dudas aún persisten. La vacuna que la mayor parte de la humanidad necesita (o necesitamos todos) es un antiviral para la mente; una medicina de sentido común y sabiduría ancestral que ponga en fuga los virus del nihilismo, el hedonismo y el quemeimportismo, causantes de todas las patologías y desastres que arrastramos desde siglos. Esta vacuna no la venden en ninguna parte. Uno mismo se la tiene que ingeniar desbaratando su tóxico estilo de vida y desarrollando plenamente la conciencia.
Todos sabemos que el modelo de cultura dominante es inapropiado para garantizar salud, paz y bienestar. No obstante, lo bueno que está ocurriendo en estos días es que la vieja idea de cambiar el mundo está cambiando. El cambio requerido para no caer en lo mismo requerirá una profunda transformación de la conciencia. Escuché decir: “No podemos cambiar el pasado, pero sí podemos mejorar nuestro presente”. Lo que da sentido a la vida es descubrir el propósito de la misma: amar y ser amados; algo posible cuando se logra despertar la conciencia original.
Lucas Santaella