Todo el mundo miente

Señor director:
Todo el mundo miente. Nadie dice lo que siente, vislumbra o entiende, sino lo que supone que desea escuchar el otro, o cree que debería escuchar para sacar partido. Raramente, para beneficiar alguien. Ni siquiera uno es capaz de decirse a sí mismo lo que piensa por miedo a entrar en conflicto consigo mismo, ante cualquier impasse que no sepa cómo resolver. La compleja situación creada por la pandemia obliga a centrar la atención de manera exclusiva en la supervivencia. La costumbre de mentir se ha convertido en un aval para la utilidad práctica del hacer. En los negocios, proyectos, o incluso en las relaciones personales se hacen trampas, y no hacerlas es un símbolo de debilidad. En estos tiempos ya no hay abuelos o abuelas que digan como antes: “¡Adónde hemos llegado, qué barbaridad!” Eso ya pasó a la historia. Ahora los abuelos mendigan la simpatía de los más jóvenes, aunque estén desubicados. Tal es la conciencia dispersiva del siglo XXI y la falta de criterio sobre los temas esenciales de la vida. Actualmente, nadie o casi nadie, conoce la verdad. Todo el mundo se miente a sí mismo, y le miente a los otros como si mentir llanamente fuese algo natural. Mienten los de arriba, mienten los de abajo, y nadie se asombra porque es algo tan común como resfriarse en invierno o sestear en el verano, lo cual aumenta la dimensión de los conflictos. Nuestra época será recordada como la época de la mentira. Cuanto más se intenta decir la verdad, más se miente. La única verdad que se conoce es la mentira, es decir, la concepción equivocada sobre la real naturaleza de los hechos, los seres y las cosas. Quien diga lo contrario miente sin darse cuenta de que está dominado por el vicio de mentir; o por ignorancia consentida; o por la inercia adquirida de tanto falsear la realidad. La mayoría de la gente se miente a sí misma y se cree sus mentiras. Nadie sabe lo que es correcto o incorrecto en términos absolutos. En términos relativos, cuanto más alarde se hace de saber algo, más se ignora. Los valores, pautas y principios que se manejan en la sociedad son tan convencionales que no guardan relación con la realidad. Se acepta como verdad lo que se piensa, y lo que se piensa es pura insensatez maquillada de cordura porque en la sustancia de lo que se dice no hay un conocimiento fidedigno que lo avale. Todos creen tener razón, y ni el más pintado la tiene, sencillamente porque en su formación no hay nociones de la verdadera naturaleza de las cosas, capaz de desvelar la causa de todo cuanto ocurre. No hay mayor fatalidad que desconocer la propia identidad. Sin conocerse a sí mismo, ni saber cuál es el real propósito de la vida humana quién podrá tener criterio fiable para orientar acertadamente el rumbo de su vida?
Lucas Santaella